21 sept 2016

LA ESPADA KABAYOMI - 4º PARTE




Gorosuke por fin ha llegado al templo Oniyama donde se encuentra custodiada la espada kabayomi. Allí a comprobado que los monjes Onmyojis realmente si que tienen algún tipo de habilidad especial y tras ser desarmado, le toca enfrentarse contra el mas poderoso de todos ellos.

Este capitulo y los que vienen estaran lleno sde acción y me gustaria saber si se entienden todas las acciones que describo o si la lectura de los movimientos se hace demasiado lenta y tediosa. Espero que me comenteis (alguna vez) y me hagais una critica sobre ese asunto que antes os he expuesto. 

LA ESPADA KABAYOMI - LOS SACERDOTES OMNYODO

Gorosuke analizó la situación con detenimiento. Atrás suya se encontraba un sacerdote que de alguna manera había logrado desarmarlo, acompañado de dos docenas de monjes que por ahora solo se limitaban a observar. Frente a sí, envuelto en llamas azules, se hallaba otro monje el cual había confesado ser el más fuerte del lugar. Miraba de reojo a uno y otro, tratando de analizar qué situación era la menos peligrosa de afrontar, pero lo cierto es que ahora mismo se encontraba desarmado así que solo encontró una opción posible.

Cargó en una salvaje carrera hacia el frente, hacia su espada, la cual brillaba entre las llamas que la rodeaban; sabía que una vez recuperase la espada y enfrentándose a los monjes sin subestimarlos como había hecho antes… el cambio de enfoque esta vez sí le llevaria a la victoria.

El monje pese a estar cerca de los sesenta años no tenía mala condición física y respondió a su decisión de enfrentarlo realizando unos kamaes (Posturas de artes marciales) con rápida e impoluta precisión, los cuales acabaron con las palmas de sus manos apuntando al invasor. Pero esto no lo hizo por intimidar, ya que pareció ser el preparativo para que de sus manos surgiera una enorme lengua de fuego azul, como si de un torrente de agua escupido por una manguera enorme se tratara. El Ronin actuó rápidamente y logró esquivarlo lanzándose a rodar a su derecha; pudo ver asombrado como la columna de llamas azules destruía el suelo al tomar contacto con él. Pero este manar de fuego no cesaba, e incluso aumentaba en potencia y grosor. El monje manipuló la llamarada y esta cambió de posición buscando incinerar el cuerpo de Gorosuke, el cual corría por el patio para evitar que le alcanzase.

Allá por donde la lengua de fuego pasaba, arrasaba el lugar, dejando un surco de arena incandescente, y este se movía rápido, más rápido que el enorme guerrero, el cual podía sentir el abrasador calor cada vez más cerca, escuchaba el estruendoso quebrar del pavimento y el chispear de las llamas clamando por consumir su carne. Gorosuke sabía que no podría huir de el eternamente. Cuando estuvo a punto de ser alcanzado saltó con fuerza para tratar de ocultar su cuerpo tras una enorme lámpara de roca. No estaba cerca, pero gracias a que al caer su cuerpo se deslizó por la arena y que pudo arrastrarse el último tramo agarrando la base de piedra de esta para impulsarse, pudo ponerse a cubierto a tiempo.

Las llamas no cesaron, incluso aumentaron a medida que el sacerdote se acercaba caminando lentamente a la posición del asaltante. Desde la posición de Gorosuke, agazapado tras una columna de piedra, solo se podía ver un frenético infierno de llamas que rápidamente consumieron los alrededores; el pasto pasó a convertirse en tierra muerta y la tierra muerta en una masa rojiza de fuego puro. La linterna de roca cambió su color a naranja debido al calor extremo y, la parte frontal de está y sus laterales comenzaron a fundirse. Era imposible respirar en esa situación ya que el aire se había convertido en puro fuego. La piel se abrasaba y cada vez que buscaba refugió pegando su espalda en la columna de piedra esta le quemaba aún más que el aire. 

- ¿QUE DEMONIOS ES ESTO? – Gritó desesperado y el interior de su boca se quemó a causa del aire ardiendo. - ¿Qué clase de truco es? No he visto nada semejante en mi vida, es el mismísimo infierno en la tierra. – La situación era extrema, la furia de las llamas no le dejaban pensar con claridad. – Si no salgo de aquí ya me va a cocinar vivo.

Buscó entre sus pertenencias por la calabaza de agua que previamente había llenado en la fuente de purificación y se la llevó a la boca para saciar su sed y calmar la quemazón que sufría en la lengua y el cielo de la boca producida por el aire hirviendo. Mientras el fuego azotaba los laterales de la lámpara de roca como un furioso vendaval de llamas, Gorosuke bebía de su calabaza y repentinamente se dio cuenta de algo; Con los carillos llenos de agua miró al fuego, miró a la botella y volvió a mirar al fuego…

- ¡Soy un estúpido!  

Sacó la botella de la boca y empapó las mangas de su kimono con el agua. Con las manos metidas por dentro de las húmedas mangas empujó la enorme figura de piedra con su brutal fuerza. El agua de su kimono inmediatamente comenzó a evaporarse y no tardaría nada en desaparecer y provocar que Gorosuke probase el doloroso tacto de la ardiente roca. Pero la fuerza del gigante era inhumana, y empujar aquel mazacote de pura roca no le suponía mas problema del que le supondría a cualquier hombre adulto empujar a un niño de cinco años, así que, empujando en carrera la linterna de roca llegaría pronto hacia la fuente de todo ese fuego, el Sacerdote de dos estrellas.

El monje Wadatsuni pronto se dio cuenta de que si no cambiaba de estrategia el enorme ronin acabaría alcanzándolo, así que cesó en su empuño de lanzar llamas y acercó su mano a un fuego fatuo que deambulaba por encima de su cabeza y este reaccionó persiguiéndola. Con un elegante gesto de su mano, el cual imitó en su trayectoria la bola de fuego, arrojó sutilmente desde abajo el azulado orbe y este acabó impactando en la lámpara de piedra, tal y como tenía planeado el sacerdote Wadatsuni.

Justo cuando el sacerdote cesó en su empeño de expulsar llamas, Gorosuke aprovechó ese instante para salir de su escondrijo y encararlo en una carrera. Cuando esto ocurrió, justo cuando se separó del farol, el fuego fatuo impactó en su objetivo provocando una ligera explosión flamígera, pero lo suficientemente potente para destruir la escultura de roca y mandar a rodar al guerrero un par de pasos con bastantes quemaduras y un molesto zumbido en su oído; aunque de haber estado más cerca de la estatua posiblemente habría quedado hecho pedazos.

Gorosuke agarró dos pedazos del farol, dos piedras tan grandes como su enorme mano pudo abarcar y, aunque muy aturdido, retomó la carrera hacia el monje, el cual estaba sorprendido y fascinado por lo duro de matar que estaba resultando ser su rival.

- ¡Yo sé el misterio que hay tras tus trucos monje! – le gritó para provocarlo y comprar algo de tiempo. – Lanzas chorros de queroseno en llamas con una manguera oculta y haces creer que es magia. Un idiota podría caer en esos trucos baratos, pero yo no ¡Monje de mierda!

Todos los fuegos fatuos que rodeaban al monje se posicionaron frente a él, y este, tras adoptar una posición combativa, golpeó a dos con finos y rápidos puñetazos, siguió el movimiento con un giro sobre sí mismo para coger impulso y patear con la planta de su pie a una tercera bola de fuego. Todos esos fuegos destellaron con un fulgor blanquecino al salir disparados con los impactos; se dirigían contra Gorosuke al igual que él se dirigía contra ellos. Apretó las piedras que cargaba en sus manos y tras un grito para aunar fuerzas, las arrojó contra los ígneos proyectiles con gran puntería. Estas impactaron en sus objetivos y una después de la otra explotaron a mitad del aire con un vistoso e impresionante fulgor, pero el tercer proyectil atravesó el fuego y polvo  que desprendieron estas al estallar e impactó justo frente a Gorosuke, generando una fuerte explosión de fuego que el Ronin trató de evitar saltando por encima mientras cubría su cuerpo encogiéndose cuanto pudo; gracias a esto salvó su piel de gran parte de las quemaduras, pero no así su armadura la cual prendió en llamas, además, la fuerza de la explosión lo desestabilizó en el aire, lo cual provocó que cayera al suelo con una fuerte contusión. 

Gorosuke rodaba en el suelo tratando de apagar las llamas que devoraban su armadura y quemaban su piel, a la misma vez que intentaba arrancar los correajes que lo ataban a esta misma, para deshacerse de ella antes de que ella se deshiciera de él.

El sacerdote Matsushita, aquel que había tomado el voto de silencio y desarmó previamente a Gorosuke, sonrió al ver la patética figura del gigantesco invasor retorciéndose en el suelo mientras ardía, le provocó cierta satisfacción ya que había visto con sus propios ojos como humillaba a los monjes del templo, así que pensó que esto se trataba sin ninguna duda de “Karma”. Decidió acabar con aquella pantomima pero al dar su primer paso en dirección a su enemigo, el sacerdote Wadatsuni, el cual era su superior, se lo prohibió con un gesto de mano.

- ¿Dices que todo esto son trucos? ¿Qué los monjes Onmyojis somos… falsos? – Los fuegos fatuos danzaban sobre Wadatsuni mientras este pretendía darle una lección al invasor antes de que muriese abrasado. – Tu error ha sido ser demasiado ignorante por no conocer nada sobre el enemigo al que pretendías enfrentar, o demasiado estúpido por no creer en los poderes del Sintoísmo.

- Nosotros, los Monjes onmyoji hemos existido desde hace siglos. – Continuó con su discurso tras una breve pausa. – A diferencia de ti, nosotros podemos ver, oír, hablar e interactuar con los “Kai” (Entidades paranormales, ya sean “yure” fantasmas de los muertos, “Youkai” monstruos y encarnaciones o “Kami” Espíritus y dioses) 

- Durante generaciones, las buenas gentes de shinto han acudido a nosotros para que eliminemos a Kais malvados, para ponerlos en calma cuando alguien los ha hecho enfadar o para ayudarlos cuando una maldición los posee, y esto no sería posible si no poseyéramos estos increíbles dones que tú tan estúpidamente llamas trucos…

- Por supuesto que un humano no puede expulsar llamas de su cuerpo, eso es irracional, las habilidades de un sacerdote se limitan a los Kais: sellarlos, lastimarlos, eliminarlos, convocarlos y controlarlos mediante las oraciones y los Ofuda (cartas rectangulares con oraciones y símbolos grabados en ellas, también conocidos como sellos). Nuestros poderes solo se limitan al espectro espiritual, generalmente no podrían dañar a un humano de ninguna manera, aunque hay excepciones...

- Te preguntaras entonces como es que estas en el suelo retorciéndote de dolor a causa de unas llamas salidas de la nada. – Wadatsuni realmente estaba disfrutando el sermón mientras observaba como el profano invasor moría lentamente. – Para ayudarnos con los combates contra los Kais, y contra algún humano que se lo merezca como tú, contamos con la ayuda de nuestros compañeros Shikigamis, Kais que firman un contrato de servidumbre con un monje, en el cual ambas partes se ven beneficiadas. Sus poderes se ven incrementados y el monje obtiene algunos atributos y habilidades de este.

- Mi shikigami se llama “Sogenbi” y me ha otorgado el poder controlar el queroseno en llamas. – Junto a Wadatsuni, flotando a su espalda se encontraba en todo momento una enorme cabeza de un monje envuelta en llamas azules, pero este, al igual que todos los demás espíritus que habitaban el templo, solo eran visibles para aquellos que tengan la capacidad de hacerlo. Cuenta la leyenda que Sogenbi es el alma en pena de un monje que fue maldito a arder eternamente por robar queroseno de un templo.

- Usee… (Es una forma contraída de decir “urusee” cállate). - Gorosuke al fin logró quitarse la armadura aún en llamas, y a duras penas se logró poner de pie. Tenía todo el cuerpo cubierto de pequeñas quemaduras y el dolor era insoportable en cada centímetro de su piel. Su razón le decía que huyera de allí, que pidiera perdón y que se largara de allí rápidamente, conservar la vida si es que pudiera sobrevivir a esas quemaduras. – Perapera perapera perapera… (Es la forma de decir “bla bla bla” en japonés) ¿Así es como tienes planeado matarme? ¿De aburrimiento? El único dolor que me resulta insoportable ahora mismo es el de los oídos al escucharte hablar. – Se fortaba el oído a la vez que escupió en el suelo. La razón le insistía en que no era un combate que pudiera ganar… - Ese es el estilo de combate de los monjes, sermonear hasta la muerte. Es hora de que sea yo el que te dé una lección Kuso Bozu (monje de mierda) ¡Voy a mostrarte como luchan los guerreros! - … pero él nunca atendía a razones, se regía por sus instintos, instintos de furia descontrolada mayormente.

Inició una nueva frenética carrera contra el monje, pero esta vez eran pocos metros los que lo separaban y con un grito salvaje arrojó su yoroi (armadura samurái) al desprevenido sacerdote Omnyoji, el cual solo pudo reaccionar lanzándole fuertes chorros de llamas, sin darse cuenta de que al tener la armadura tan cerca de si, la flama chocaba contra ella y no daba lugar a expandirse, creando así una perfecta pantalla para que Gorosuke pudiera recortar distancias entre ambos.

Para cuando pudo reaccionar ya era demasiado tarde, y el corpulento ronin había saltado para protegerse tras el yoroi, empujándolo con fuerza y chocando contra el monje, el cual no pudo resistir el impacto y cayó de espaldas. Por otro lado gorosuke aterrizo en las llamas que envolvían su espada, pero lo hizo encima de su armadura y gracias a su peso, al caer al suelo, el aire despedido apagó el fuego más cercano creando una pequeña área redonda de seguridad a su alrededor, incluyendo esta a su tan ansiada katana. Se incorporó y rodeó con mano el mango de esta.  

El sacerdote desde el suelo donde llegó a caer, contempló una intimidante imagen de un enorme y fuerte guerrero; Imponente e imparable; En la oscuridad de la noche no podía verse otra cosa que lo que el fuego alumbraba, y dentro de este, la enorme figura de un furioso guerrero irguiéndose para seguir el combate; Las llamas que le rodeaban y quemaban, no hacían más que ensalzar su poder, demostrando que no temía a nada, que era capaz de caminar por el fuego para conseguir sus propósitos; La luz acentuaba los músculos de su torso, ahora al descubierto sin el Yoroi; El brillo en sus ojos llenos de ira parecían estar prendidos en el mismo fuego. Era la mismísima imagen de un aterrador Oni (Ogro o demonio).

- OI BOZU… No te molestes en rezar. – La voz de Gorosuke era fuerte y rotunda, llena de ira pero segura de sí misma. No existe ningún dios que te perdone, y yo… - Apretó el mango e su espada y la levantó del suelo donde estaba clavada. - ¡IURUSAI NAI! (No te perdonare). Gritó con toda la furia que le quedaba en el cuerpo y tal fue la fuerza de su voz que las llamas que separaban a Gorosuke del sacerdote se apagaron. Un escalofrío recorrió la medula espinal de Wadatsuni, sabía que aquel grito era el de un shinigami (Dios de la muerte) que venía a reclamar su alma.

- ITAAAAAI (Dueleeee) – Gorosuke arrojó al aire la incandescente espada y dejó de lado el combate para soplarse la palma de las manos, enrojecidas por las quemaduras del mango de la katana, la cual había pasado demasiado tiempo en el fuego y se había calentado. Sacudía sus manos para enfriarlas mientras daba saltos cortos alternando pies. Todos los sacerdotes del templo quedaron perplejos ante el drástico cambio de ambiente que se había dado y olvidaron que Gorosuke era un formidable rival para recordar que era un patán bocazas.

La espada volvió a su poder tras caer y este la combinaba de mano en mano para no exponer su ardiente tacto más tiempo del debido en ninguna de estas. La bufonada de este provocó que el monje recobrara el valor y este se levantó rápidamente pensando retroceder y agruparse con el resto de monjes.

El guerrero arrojó de nuevo la katana al aire por lo alto, pero esta vez en dirección al monje; había pensado una mejor forma de hacer llegar la espada hacia allí sin tener que sujetarla con sus doloridas manos. Emprendió una fuerte carrera y cuando estuvo a la altura de la espada, la cual giraba sin control por el aire, saltó con fuerza y atinó a agarrarla el mango.

- ¡Morattaaa! (Te tengo).

Wadatsuni giró bruscamente canalizando una llamarada en su mano con la que acabar con su rival de una vez por todas, pero este, aun en el aire agarró la espada aún incandescente, tanto que al agarrarla se escuchó un chispeo similar al de la carne friéndose; trató de soportar el dolor y sujetar firme la espada pero su cara delataba que no aguantaría mucho tiempo. 

- ¡Moero! (Quémate). 

El monje mientras giraba extendió la mano apuntando a la cara de Gorosuke, pero justo cuando iba a liberar el fuego vio como una veloz estela anaranjada descendente pasaba entre sus dedos cercenando índice y pulgar; cortaba profundamente su cara, llegando a arañar el hueso de su mandíbula y finalmente, rasgaba su pecho y parte de su abdomen haciendo brotar la sangre en abundantes cantidades. Era la espada incandescente de Gorosuke, proporcionándole un golpe que no fue mortal por apenas un par de centímetros, aunque tras el fatal ataque no tuvo más remedio que dejar caer su arma para no perder los dedos de la mano debido a las graves quemaduras.

El intenso dolor del corte provocó que el monje retrasara el lanzamiento de su llama un pequeño instante, siquiera tan corto como para que nadie lo confundiera con una queja de dolor, pero el suficiente para que al samurái le diese tiempo a plantar los pies en el suelo y doblar su cadera para agacharse y apartar la cara de la trayectoria del proyectil flamígero. Gorosuke era un experto guerrero, y aunque su especialidad eran las armas, también se podía luchar a buen nivel a manos desnudas, o al menos, a mejor nivel que Wadatsumi. Así pues reaccionó dándole un manotazo para desviar su peligrosa mano-escupe fuego y aprovechó todo el peso de su gigantesco cuerpo para propinarle un codazo en la boca del estómago. No fue un codazo cualquiera, fue el codazo de un hombre que le sacaba una cabeza de altura a un hombre promedio, así de corpulento era Gorosuke, y así de fuerte fue el codazo que se clavó en la barriga del monje, dañando órganos internos, haciéndole perder la consciencia momentáneamente y enviándolo a volar a casi dos pasos de distancia.

Pese a las heridas casi mortales producidas por el tajo de la espada incandescente, los daños en el cuerpo de Gorosuke eran aún mayores, de haberse tratado de un hombre corriente, este con total seguridad no sería capaz de moverse por la intensa quemazón en casi todo su cuerpo. Las manos le ardían como si estuviesen siendo devoradas por un sinfín de hormigas carnívoras, pero debía seguir luchando, no podía rendirse al dolor si quería conseguir esa espada, aunque en su interior él sabía que ya lo que menos importaba era la espada, ahora todo su ser clamaba por matar al sacerdote que le había producido aquellas numerosas quemaduras y desfigurado su cuerpo. 

Para poder agarrar la espada sin sentir su abrasador tacto, solo se le ocurrió la idea de amasar un buen montón de tierra y aplastar con este el mango de la katana entre sus manos. De esta manera no tendría un agarre firme, pero al enfrentarse a un enemigo sin arma ni armadura, la espada no iba a chocar contra nada que le hiciese desprenderse.

- OE… Kuso Bozu… - Se levantó del suelo con la espada mal sujeta entre las manos. Pese a toda su furia, le habló calmadamente. – Desde que recuerdo siempre he escuchado que un tal Fukumatsu Meiji, un monje sintoísta como vosotros, es la indudable persona más fuerte del mundo… ¿está ese tipo aquí también?

En shihón se dice que existen tres grandes certezas: Amanece cuando sale el sol, no hay nada más grande que el océano y Fukumatsu Meiji es la persona más fuerte del mundo. Este es un proverbio que ha ido contándose de generación en generación durante mil años; Antes que eso, el verso final era “Lo único cierto es la muerte” pero tras el nacimiento de Fukumatsu Meiji este proverbio cambió ya que de alguna manera el si había conseguido evitar la muerte ganándose el apodo de “El inmortal”. Habladurías del pueblo dicen que es tan poderoso que hasta los shinigamis (dioses de la muerte) le temen y nadie puede reclamar su alma, por lo que vivirá eternamente.

- ¡Blasfemo! – El monje tendría la boca inundada de sangre de no ser por que esta se filtraba a borbotones por la raja que tenía en su mandíbula. Le dolía mucho hablar, pero no pensaba tolerar tal insolencia. - ¡Jamás nadie ha dudado del abrumador poder del gran sumo sacerdote! y tu… un canalla sin escrúpulos… que apenas puede mantener un combate contra un sacerdote de dos estrellas… ¿pretendes desafiar al gran sumo sacerdote?

- ¡Urusai! (cállate) Solo te he preguntado si se encuentra aquí. Responde sí o no maldito monje.

- No… él se encuentra en el templo central Onmyodo. – El sacerdote aprovechó para levantarse, ya que antes se encontraba demasiado débil a causa del codazo. - Junto con él se encuentran varias docenas de sacerdotes onmyoji de una estrella, media decena de sacerdotes de dos estrellas y los dos poderosísimos sumo sacerdotes de 3 estrellas. – Wadatsumi sonrió pensando en la inconmensurable diferencia de poder que existía entre el bastardo invasor y el gran sumo sacerdote. – Ni en tus más salvajes sueños podrías siquiera acercarte a él.

- Ya veremos si piensas lo mismo cuando tenga en mis manos la espada Kabayomi.

Gorosuke se lanzó a por su enemigo para asestarle el golpe de gracia, pero como era de esperar su rival no se quedó de brazos cruzados y le respondió con dos bolas de fuego, las cuales la primera pudo esquivar haciéndose a un lado del camino y la segunda, viéndolo imposible decidió partirla con la espada de un fuerte golpe. El resultado no le fue satisfactorio ya que obtuvo una gran explosión a apenas un paso de distancia que lo catapulto hacia atrás, mas lejos de lo que llegaría de un salto, pero Gorosuke, en un último esfuerzo aunó toda la energía que le faltaba para que sus pies se aferraran firmes al suelo y detuvo el retroceso de su cuerpo marcando un par de surcos en la tierra. La espada, tal y como supuso, al recibir ese brutal impacto estuvo a punto de escapársele de las manos, aunque con su enorme fuerza sobrehumana apretó firmemente el agarre, sin poder evitar que mucha de la tierra que le hacia la vez de aislante térmico se perdiera y sus manos comenzaran a quemarse.

Deslumbrado por el fogonazo, medio sordo por la explosión y gravemente herido, el colosal guerrero emprendió una nueva carrera hacia el sacerdote piromante, el cual no salía de su asombro al comprobar que sin importar cuantas heridas tuviera y como de quemada estuviera su piel, este seguía y seguía persistiendo en luchar.

Sabiendo que ya nada detendría al invasor para llegar hasta el, decidió probar otra estrategia. Dando una palmada al frente se formó un pequeño tornado de fuego, el doble de alto que una persona normal. En las palmas de sus manos se generaron dos bolas de fuego y con estas apuntó a cada lado del remolino.

- Ese hombre es más ágil de lo que parece. – Wadatsuni se había dado cuenta tarde de que había subestimado a su rival, pese a ser alguien sin poder espiritual podía luchar a la par contra un Sacerdote de dos estrellas. – Si lo ataco de frente podría esquivar mis ataques, he de limitar sus opciones enfrentarme a dos. – Miro a cada lado, y comprobó que sus manos apuntaban al lugar correcto. – Izquierda o derecha.

De entre las llamas del tornado emergió una gran sombra, como un demonio escapando de las llamas del infierno. Emitiendo un grito que más pudiera asemejarse al rugido de un monstruo feroz, Gorotsuke eligió la ruta más rápida y dolorosa, atravesar el remolino de fuego. Nada podía detenerlo, era imparable, y por un momento la mente del sacerdote colapsó de terror. A mitad del salto, su cuerpo estaba envuelto en llamas, como si el fuego se negara a dejarlo marchar, brotes de fuego le arrancaban la piel acariciándolo con sus ardientes dedos; aquella imagen era más digna de una pesadilla.

Wadatsuni no pudo hacer nada, no supo reaccionar a tiempo, se vio superado por la situación y la ardiente espada de su enemigo le atravesó el pecho, quemando su carne, hasta asomar por su espalda. Había perdido, ya no podría seguir defendiendo el lugar que había sido su hogar por medio siglo… pero había una cosa que aún si podía hacer… Si pudiera hacer un último esfuerzo y hacer explotar las bolas de fuego  de sus manos, con total seguridad la explosión se llevaría la vida de ambos y al menos ese combate no habría sido en vano.

A duras penas y con fuertes temblores, Wadatsuni acerco ambas las manos para hacerlas explotar, pero justo antes de estas se tocaran la una con la otra, Gorosuke le plantó el pie en el estómago y le empujó de una patada, para desincrustarlo de su katana. Las bolas de fuego que agarraba en sus manos salieron disparadas hacia atrás, hacia donde sus compañeros monjes estaban observando y, tumbado en el suelo casi sin vida, pudo ver gracias a la luz que las explosiones ocasionaron, las caras de horror de los que habían sido sus amigos desde hacía tanto tiempo.

- ¿Doushite? (¿Por qué?). – Wadatsuni trató de incorporarse, pero apenas tenía fuerzas para ello, había perdido demasiada sangre y su voz sonaba débil y quebrada. - ¿Por qué te esfuerzas tanto en conseguir esa espada…? – Cayó de espaldas, pero trató de levantarse de nuevo. – Esa espada… esa espada esta maldita… En ella está sellada un rey Oni que devastó el territorio hace 400 años… el mismísimo Fukumatsu Meiji-Dono lo encerró ahí… - Las fuerzas le abandonaron y quedó inmóvil en el suelo. - ¿Por qué tu… quieres liberarlo? ¿¡Por qué quieres traer la miseria de nuevo a nuestra tierra!?

- Omoshiroi (Que interesante). - Gorosuke sonreía de felicidad y su moribundo rival no entendía la razón. – Yo no creo en esos cuentos infantiles bakayarou (Imbécil), solo quería esa espada para hacerme con renombre, no sabía que esa espada era especial para Meiji… - Rió tan fuerte como pudo y su risa hizo eco por todo el templo. Los monjes que se escondían agazapados en la silenciosa oscuridad realmente tuvieron miedo al escucharla, como si el mismísimo rey oni riera celebrando su nueva venida. – Ahora deseo esa espada más que nunca; Ensartaré a ese cabrón arrogante con su propia espada y reclamaré el título del hombre más fuerte de Shihon.

 - ¡FUZAKENNA! (No me jodas) – El monje estalló con más furia de la que jamás había sentido en sus casi 60 años de vida, abrió los ojos de rabia y lágrimas de odio surgieron de estos. No podía creer que el maldito ronin quisiera poner en peligro a toda una región por un motivo tan egoísta y estúpido.

El sacerdote estaba inmóvil en el suelo y le quedaban pocos minutos de vida, pero ese estallido de ira provocó que su también moribundo Shikigami recobrara temporalmente la energía; y no solo eso, sino que ese repentino descontrol en sus emociones le dio un poder de karma negativo que jamás había tenido desde que era el shikigami de Wadatsuni. Esto avivó una llama en él de enorme poder calorífico. La enorme cabeza flotante cambió el color de las llamas que lo rodeaban de azul a naranja; se llenó los carrillos cuanto pudo de queroseno y lo escupió con rabia contra Gorosuke.

Este no podía ver al sogenbi, ni a ningún otro ser paranormal, pero sí pudo ver el fuego generándose cuando abrió la boca para escupir y, por puro acto reflejo Gorosuke lanzo una estocada en su dirección. Fuego y acero se encontraron en una lucha de resistencia. El sogenbi lanzaba un concentrado haz de fuego anaranjado mucho más ardiente que cualquier otro fuego que pudiera lanzar y con tanta presión que incluso hacia retroceder al robusto brazo del gigante. La punta de la espada se acercaba cada vez más a la boca del espíritu mientras disparaba un aluvión de llameantes chispas, más fuertes que si se estuviera pasando por la rueda de un afilador. El acero de la espada, roja como el corazón de un volcán, comenzó a derretirse desde la punta según se acercaba a la cabeza ardiente; trozo a trozo la hoja iba cayendo al suelo como si de un candil de cera calentado al fuego se tratara. Al sogenbi no le quedaban ya más energías, no podía estar lanzando fuego eternamente, pero no quería parar hasta haber acabado con el hombre que tanto odio había despertado en su amo.

La hoja de la katana fue consumida por completo, así que sin ese escudo improvisado, la llamarada se propagó por su brazo izquierdo; el sogenbi apenas pudo aguantar un segundo antes de desaparecer exhausto pero ese corto periodo de tiempo le bastó para herir seriamente a su rival. La gran hombrera que protegía su hombro izquierdo cayó al suelo hecha jirones; el brazo de Gorosuke estaba negro cual tizón, carbonizado y agrietado, no quedaba nada de su piel y sus músculos ya no lucían como algo parecido a carne. Ese brazo había quedado inservible ya de por vida, y si no se daba prisa en cercenarlo la infección podría acabar tomando su vida.

- ITAAAAAAAA (Forma contraída de “Duele) ITAI, ITAI, ITAAAAIIIIII. – Agarraba la muñeca de su brazo muerto con su mano diestra mientras intentaba hacer que al menos uno de sus dedos se moviera, para tener la esperanza de que su brazo no estaba muerto.
Los monjes se apresuraron para salvar a su líder, creyendo que Gorosuke ya no suponía amenaza alguna al estar tan herido que era inexplicable que aún siquiera en pie. El invasor se vio superado en número y dada su pésima condición, decidió que lo más inteligente era una retirada, así que huyó ocultándose en las sombras que ofrecía el templo iluminado a medias.

- Per… perseguidlo… - Al sacerdote Wadatsuni apenas le salían las palabras, tenía un pulmón perforado y la mandíbula rota, cada palabra que pronunciaba era un sufrimiento. Los demás monjes lo rodearon y trataron de levantarlo.

- Llevémoslo a la cámara mayor, allí podremos tratarlo si la diosa Kannon (Diosa de la misericordia) se apiada de él. – Decían mientras levantaban su cuerpo inmóvil.

- N-no… NO. - El maltrecho sacerdote intentaba zafarse del agarre de sus compañeros. – Al… al salón… de la espada Kabayomi… tenemos que… - El dolor que estaba sufriendo era algo evidente, hablaba lento, flojo y pausado, quejándose de cada palabra, pero era su deber dar las ordenes aun en esas condiciones. – Tenemos que… proteger la espada. Dad la alarma… reunid a los doce.

Los monjes comenzaron a moverse, cada uno en una dirección para buscar al resto de sacerdotes Onmyojis y a los sanadores para intentar salvar la vida del sacerdote mayor. Con pequeños martillos aporreaban placas de madera de forma estruendosa para dar la alarma en todo el templo; otros monjes lejanos imitaron el gesto y pronto la alarma resonaba fuerte por cada edificio del conclave de manera que hasta el último monje sabía que debía estar alerta. Wadatsuni agarró la manga del monje Matsushita, aquél que había tomado un voto de silencio.

- Búscalo… debes eliminarlo… pero… no lo subestimes… es… muy peligroso… - El sacerdote de dos estrellas había pagado el precio de subestimar a un guerrero que pese a parecer estúpido y bravucón era muy experimentado y contaba con demasiados trucos, no quería que Matsushita pagara por lo mismo. – Si alcanza la espada… su karma negativo… tiene tanto karma negativo que… liberaría al rey oni.

Matsushita asintió muy preocupado por las palabras de su superior y fue en su busca.

10 sept 2016

LA ESPADA KABAYOMI - 3º Parte




El rudo guerrero Gorosuke tras pasar un tortuoso camino al fin a llegado a la puerta del templo "oniyama" el cual guarda en su interior una espada maldita de enorme fama. ¿Serán los monjes capaces de frenar los codiciosos planes del Ronin?

Como siempre, agredeceria que me comentarais que tal os está pareciendo la historia, ya que de vuestros comentarios surje mi motivación.... ¿a quien quiero engañar? Solo una persona ha comentado algo, pero me apetece escribirla y aunque sea para una sola persona termininaré esta historia. Tambien agredeceria que me critiqueis, ya que esto de escribir historias es mas o menos nuevo para mi y no se si, por ejemplo, estoy describiendo demasiado y hago que la historia sea lenta y aburrida, o por el contraria estoy describiendo mal las situaciones.

Bueno, comenzamos ya con la 3º parte.


EL TEMPLO ONIYAMA

El camino de subida no fue nada parecido al que había tomado anteriormente para llegar hasta aquí; el suelo era de tierra firme y daba gusto pisarlo, o al menos eso sentía él debido a que tras haber atravesado ese pedregoso camino, pisar cualquier cosa era realmente placentero. La intensa luz anaranjada del atardecer se filtraba tras el monte e inundaba todo el verde valle, pero como el sendero que ascendía al templo era más bien estrecho y la copa de los árboles de ambos lados se encontraba en las alturas formando así un falso túnel de vegetación, solo algunos rayos anaranjados alcanzaban el suelo, los cuales eran visibles gracias al polvo en suspensión; daba la impresión de poder tocarlos cuando los atravesabas, incluso Gorosuke hacia el intento de tocarlos con la mano cuando pasaba por alguno. La escasa visibilidad alcanzaba justo para no tropezarse con los innumerables e irregulares escalones de piedra que formaban el sendero hacia el templo, sendero compuesto de un sinfín de escalones seguidos de remansos, dispuestos así para facilitar la subida a los viajeros. Pero aunque la visibilidad no era buena, las enormes lamparas de roca (faroles con un tejadito en su parte superior, subidos a una columna, todo hecho de piedra) que se alineaban de par en par a lo largo de todo el camino, no estaban encendidas y posiblemente no se encenderían para alumbrar el sendero en todo el verano a menos que un matsuri (festival) lo precisase. El frenético cantar de las cigarras había cesado hasta el punto de casi volverse inaudible, tomándose el turno para romper el silencio los fuertes graznido de los cuervos, el cual producía un ligero eco a través del valle. Cada varios metros un torii cruzaba el sendero de lado a lado, todos ellos rojos, altos y bien cuidados; estaban lo suficientemente lejos como para ver el siguiente desde cada uno, pero no el que continua a este. 

- Estaría bien si me cruzase un monje de mierda bajando el camino. Si tiene tantos Toriis digo yo que será un templo importante, seguramente grande y con muchos monjes. Sería un problema si todos se unen contra mí – Gorosuke comenzó a replantearse su estrategia. – Si están armados o saben luchar tal y como me han advertido, podría aguantar contra 8, 9… quizás 10 a la vez – Hizo uso de recuerdos en peleas anteriores donde se vio ampliamente superado en número y pese a todo salió victorioso. – Si pudiera agarrar a uno aquí le podría sacar la ubicación de esa espada… o usarlo como rehén para que los demás no hagan nada. Aunque lo más conveniente es que sean monjes pacíficos que no quieran ni defenderse.

El final de ese sendero llegó sin tener que subir hasta la cima del monte como se temía el cansado Ronin que suspiraba aliviado, más bien estaba a poco más de la mitad de la altura del gran monte “Oniyama”, pero era lo suficientemente alto como para que a tus espaldas pudieras contemplar la gran extensión del valle desde arriba; podía verse el mar de copas verdes de los pinos, ahora anaranjados gracias a la luz del atardecer; El camino principal se dibujaba por la ausencia de árboles en la zona y, si lo seguías con la mirada, podías ver como el bosque acababa a pocos kilómetros de allí y comenzaba la zona rural, urbanizada con pequeñas casas rupestres de campesinos, construidas con maderas oscuras y techos de paja, rodeadas por sus campos de cultivos y un caudaloso riachuelo (El verano en Japón es temporada de fuertes lluvias) que inundaba los múltiples campos de arroz, dispuestos de forma rectangular inundados de agua de la que emergen briznas de hierba verde. 

- Ese pueblo está bastante cerca, quería descansar un poco antes de entrar en el templo, pero si me doy prisa esta noche podré dormir bajo techo y comer caliente. - Gorosuke analizaba desde lo alto el pueblo para trazar sus planes de futuro. – Es posible que salga herido, no puedo descartar eso… espero que alguno de esos campesinos paletos sepa algo de medicina.
Un enorme cedro sagrado podía verse conforme subías los últimos peldaños de la travesía. (Se sabe que es sagrado porque tiene una cuerda atada alrededor de su tronco denominada “Shimenawa”. Esto se hace con los árboles que tienen más de 100 años de edad, o los que se cree que son morada de un “Kodama”, que es pequeño espíritu de la naturaleza). Este enorme cedro daba la bienvenida a los viajeros plantado en un gran remanso del monte, donde por fin se encontraba, el imponente y sagrado templo de “Oniyama”.

- Oe oe… ¡Fuzakenna! (No me jodas) esto debe ser una broma… - Gorosuke se sorprendió al ver el tamaño del templo, que pese a estar perdido en la montaña, estaba muy bien cuidado y lucia imponente. – Ese extraño monje que me encontré me dijo que este templo se había fundado con la intención de proteger la espada “Kabayomi” ¿Cómo de impresionante debe ser esa espada para que monten semejante circo entorno a ella?... Subarashi (Magnifico) – Esbozó una malvada sonrisa de superioridad enseñando los dientes. 

Comenzó a caminar muy decidido hacia el templo pisando el seco pasto amarillento de la explanada donde se encontraba el templo, mientras se acariciaba la barba con sus dedos y jugueteaba con la espada atada a su cintura reposando el brazo en ella. Estaba saboreando la victoria mientras se acercaba al templo; pensaba que un gran templo era equivalente a un gran tesoro, no pensó ni por un momento que un gran templo implicaría también, un gran desafío.

Se plantó frente a la puerta y quiso darle un último vistazo al templo antes de adentrarse; necesitaba conocer las posibles rutas de escape y la ubicación de cada edificio antes de entrar en acción, para hacerlo todo de la manera más rápida y eficaz posible. Una blanca y muy alta muralla de piedra con un tejadillo rojo rodeaba todo el recinto, todo a excepción de la puerta, una enorme puerta negra abierta al público mientras el sol ilumine Shihon. Un enorme Torii, más grande y detallado que cualquiera en todo el valle, hacía las veces de marco para la entrada y custodiándolo a cada lado, un par estatuas intimidantes de Inugami (Dios perro guardián) ambas con un enorme mala (Collar con esferas o cuentas que usan los monjes budistas) de perlas rojas, el cual no era de roca, sino real. El interior de la muralla era tan grande como un pequeño pueblo, con 6 edificios rojizos y uno grande central. No es que fuera un templo ostentoso por capricho, es que debía ser grande para dar cobijo al más de un centenar de monjes venidos de todos los rincones de shihon para velar por que el sello de la espada Kabayomi no sea roto. Los kimonos de estos monjes, que parsimoniosamente deambulaban atareados por todos los rincones, eran de colores dispares; distintas tonalidades de azul y marrones, sobre todo colores oscuros, pero ante todo predominaba el negro, en kimonos y, unánimemente en las hakamas de todos los monjes. Solo algunos vestían kimonos blancos con adornos de colores acordes a su rango, y estos eran los únicos monjes que, a diferencia de los peregrinos, hacían su vida en el interior del templo; estos eran los llamados sacerdotes Onmyoji.

Desde las afueras del templo podía oírse los rezos y canticos de los monjes, tarea que le ocupa la mayor parte del día, monotonía solo quebrada por tareas de mantenimiento del templo como lo eran barrer el suelo de los caminos que conectaban los distintos edificios; encender o apagar las numerosas lamparas de roca que rodeaban cada estancia y todo el complejo interior de murallas; supervisar y preservar las capillas y cajas de donativos, así como el pozo o los toriis de la entrada y, una vez al día, cuando el sol se oculta, cerrar el portón de la entrada, tal y como estaba sucediendo en estos instantes.

- ¡Choto matte! (Quieto ahí) – Gorosuke forzó la puerta plantando una de sus enormes manos en ella justo antes de que se cerrara y, con poco esfuerzo la abrió empujando al monje hacia atrás. – Oe Bozu (monje) ¿Por qué tanta prisa? Estoy seguro que aún da tiempo para una visita más. – Entró con una sonrisa desafiante ignorando los ruegos del monje para que se fuera. La puerta era tan alta que era una de las pocas de shihon por las que había pasado sin tener que agacharse. - ¡Kiero! (Largate) – Con un gesto de su cabeza el monje se apartó de la entrada muy asustado, tratando de tranquilizar a Gorosuke mediante gestos en cada paso hacia atrás que daba.

Caminó con tranquilidad por el patio central, jugueteando con la katana con cierto desdén, solo para hacer ver que tiene una y que no le parecía un asunto serio el usarla. Asentía suavemente mientras mirada a todos los monjes, estaba feliz de comprobar que ninguno de ellos estaba armado. Los monjes estaban asustados y pocos valientes se atrevían a acercarse para pedirle que abandonara el templo, pero el sádico invasor les hacia un gesto para asustarlos y estos retrocedían rápidamente, incluso alguno cayó de espaldas. Gorosuke estaba disfrutando la situación, reía, bromeaba, insultaba, no podía creerse que fuera tan fácil asustar a tantas personas a la vez.

- ¡Oe-Kora! ¡Estúpidos monjes, decidme donde está la maldita espada kabayomi-Kora! – Los miraba fijamente a los ojos por si alguno le mantenía la mirada golpearlo y darle una lección frente a los demás. Mejor que se diesen prisa en revelar la ubicación de la espada, ya que él tenía pocas virtudes y la paciencia no estaba entre ellas.

Uno de los sacerdotes había permanecido inalterable con todo el revuelo, seguía barriendo el suelo del templo, no por necesidad ya que el suelo realmente no estaba sucio, sino como forma de meditación, pero esas palabras… el hecho de que viniese buscando la espada cambiaba las cosas. Dejó la escoba apoyada en una linterna de roca y caminó hacia el alborotador. Vestía un Eboshi naranja (sombrero alto de tela) de igual color que los ribetes de las muy anchas mangas del kimono blanco. Se trataba de un sacerdote Onmyouji.

- ¿Aaaah? ¿Naaanda? (¿Qué quieres?) ¿Me estás desafiando Kuso bozu? (Monje de mierda) – Gorosuke se molestó al ver que uno de los monjes no se intimidaba ante su presencia. Realmente lo que más le molestaba no era el hecho de que lo menospreciara, sino el tener que hasta ahora asustar a los monjes estaba funcionando y prefería hacer el trabajo sin dañar a ninguno. Ahora tendría que disciplinarlo para que los demás no se le unan. 

El sacerdote lejos de asustarse, esbozando una dulce sonrisa y con los ojos tan finos que parecían cerrados con un gesto que evocaba bondad, sin soltar un solo ruido de su boca lo saludó colocando su puño derecho cerrado sobre la palma de su mano izquierda extendida en vertical. Este saludo era una señal respetuosa para indicarle al invasor que el sacerdote había comenzado un duelo contra él.
- Temee… (Serás…) – Ese sacerdote no podía ser más irritante, iba a morir de la forma más estúpida posible. – Está bien, hagámoslo así - Gorosuke buscó en el bolsillo interior de su manga una pequeña moneda – Tiraré esta moneda al aire, y cuando toque el suelo comenzará el combate ¿De acuerdo? – Dio su silencio como una respuesta afirmativa y se llevó la moneda a la punta del dedo pulgar para lanzarla desde ahí – ¡Hajimemasho! (Comencemos)

La moneda voló muy alto con el toque de la fuerte mano del Ronin, tan alto que ambos tuvieron que alzar la vista para seguir su recorrido y, precisamente eso es lo que buscaba el astuto Gorosuke. En cuanto el Sacerdote apartó la mirada de el para poder ver la moneda, el espadachín se llevó la mano al cinto para desenvainar rápidamente su katana; Gorosuke sonreía plenamente y con malicia, no podía haberle salido mejor la treta… pero sorprendentemente cuando cerró la mano para agarrar el mango se encontró que solo el aire llenaba su puño cerrado. La katana que debió haber estado guardada en la tsuba (funda), había salido disparada de manera incomprensible hacia el aire también.

- ¿NANI? (¿Qué ha pasado?) – No cambia en su asombro cuando vio pasar su espada por delante de sus ojos - ¿Cómo coño la ha golpeado desde tan lejos? Ese sacerdote tramposo…
Gorosuke se estiró rápidamente para agarrar la espada antes de que está saliese de su rango, pero sin darse cuenta había caído en la misma trampa que él mismo había preparado. Al lanzarse a por su katana sin pensárselo demasiado, miró hacia arriba dejando el cuello completamente al descubierto; hecho que aprovechó el habilidoso sacerdote para en un rápido paso frontal, asestarle un shuto (Golpe con el canto de la mano) en el lateral del cuello.

No fue un golpe normal, de eso se percató inmediatamente el experimentado guerrero, había recibido muchos golpes a lo largo de su vida, pero ninguno se asemejaba a lo que ese golpe le produjo. Una sensación de frio electrificante le recorrió toda la espina dorsal, desembocando en sus extremidades pero atacando muy dolorosamente al cerebro. No podía explicar la razón, pero se quedó completamente inmóvil; ni un solo dedo podía mover, ni hablar o pestañear le era posible por más que lo intentara. La moneda calló sobre su frente y rebotó contra el suelo. Esto le hizo percatarse de algo importante.

- ¡Si no me muevo voy a ser atravesado por mi propia espada! – Pensó mientras veía como su katana giraba elevándose en el aire hasta perder fuerzas y comenzar a descender hacia su cabeza, tampoco tenía opción a mirar otra cosa ya que no podía ni cerrar los ojos - ¡Ugoki! ¡Ugoki! ¡UGOKI! (muévete x3) ¡Muévete maldito cuerpo! – Hacia ya mucho tiempo que no sentía tanta desesperación y miedo como en ese momento, se sentía preso en su propio cuerpo, inmóvil, inútil, indefenso y por mucho esfuerzo que pusiera para tratar de mover un musculo apenas conseguía más que un simple espasmo como respuesta. 

La katana descendió hasta estar a la altura de la cara de Gorosuke, el cual se creyó muerto inevitablemente, pero cuando la punta de la espada estuvo tan cerca que pudo ver reflejado su ojo en la hoja de esta, sintió un súbito y brutal impacto en el pecho que lo empujó con tanta fuerza que lo alejó de la trayectoria de la espada, haciéndole hacer de espaldas un par de metros más atrás; el impacto fue tal que las briznas de hierva de los alrededores de agitaron con el viento generado. El sacerdote lo había golpeado con ambas palmas de las manos en vertical, una arriba de la otra, apuntando con su diestra al cielo y con su inversa a la tierra.

Gorosuke expulsó el contenido de su estómago antes siquiera de caer, rodó por el suelo y se recostó para no asfixiarse con su propia tos. De alguna manera ese golpe lo había liberado de su repentina parálisis. Se llevó las manos frente a sus ojos y las cerró varias veces para comprobar que podía moverse; se limpió los rastros de vomito de la barba con su manga; comprobó la porquería que se le había quedado pegada en la tela y tras olisquearla un poco la refregó por el suelo para limpiarla; Comprobó el lugar donde había a parar su espada, se había clavado a un metro escaso del sacerdote; Miró como los demás monjes del templo se reían de su desgracia y les lanzó insultos y amenazas para que callaran; Finalmente se levantó con un poco de esfuerzo ya se sentía mareado del tremendo golpe que acababa de recibir, se sentía peor que la coz de un caballo encabritado y eso que llevaba armadura; caminó con prudencia hacia el sacerdote, el cual en ningún momento había inmutado su cara de bondad y con un gesto de la mano le ofreció acercarse para agarrar la espada clavada en el suelo.

- ¡Te voy a rebanar tanto que esta noche cada uno de tus amigos va a tener un asqueroso filetón de monje que llevarse a la boca! – Gorosuke exultaba furia, sin lugar a dudas ese monje le había sacado de sus casillas.

El sol se había ocultado definitivamente y la oscuridad ya reinaba en el templo, así que los monjes procedieron a encender las lámparas de roca, comenzando por las más cercanas al duelo, para no perder detalle de lo que estaba ocurriendo. Solo la luz de los pequeños fuegos  iluminaba a los contrincantes, cada uno proyectando sombras en distintas direcciones. 

Caminó a por su espada sin quitarle un ojo de encima al sacerdote, mirándolo con gran odio, planificando como seria su siguiente movimiento, pero cuando estuvo cerca de agarrar su espada, esta salto del lugar sin que nada la tocase aparentemente, girando en dirección al Onmyouji el cual, en cuanto tuvo oportunidad la pateó justo en el pomo, lanzándola con fuerza contra su enemigo como si de una flecha se tratara. Gorosuke pudo esquivarla por los pelos, y gracias a su Yoroi (armadura) ni siquiera se llevó un rasguño, pero realmente no se esperaba una jugada tan sucia por parte de un hombre de fe. Sus miradas se cruzaron de nuevo, pero esta vez… quizás por la escena que acaba de acontecer o quizás porque en su cabeza calva se reflejaban las luces de las linternas y en su cara se dibujaban siniestras sombras, la expresión del monje no le pareció de bondad, sino de extremo sadismo, con sus ojos entrecerrados y su amplia sonrisa; este le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que puede ir a recuperarla.

Gorosuke muy indignado, asintió suavemente repetidas veces mientras se giraba para ir a por ella sin dejar de mirar al sacerdote de reojo por si acaso. No podía esperar para rebanar a ese monje, saboreaba mentalmente la victoria mientras relamía sus propios dientes. Caminó a por su espada fijándose bien en sus alrededores, no podía ver bien a donde había caído esta, pero por la trayectoria casi seguramente había aterrizado fuera de la puerta.

- No volveré a caer en tus trucos cabronazo. – Hablaba con el sacerdote mientras trataba de analizarlo todo a su paso – Se cómo haces esas cosas. Lo de mover mi espada sin tocarla… puedo ver más allá de tus engaños, todo lo haces con hilos finos. – Agitaba la mano entre las linternas, por debajo suya, por su alrededor... en todas direcciones buscando algún hilo oculto. - Sé que pretendes cerrar la puerta en cuanto salga por la espada y dejarme fuera. Pero descubriré el hilo y no te dejaré tenderme la trampa.

Las linternas de la muralla donde estaba ubicada la puerta comenzaron a encenderse paralelamente desde los exteriores hasta el centro sin que nadie las prendiera, una tras otra con velocidad hasta que las dos últimas linternas se habían encendido, y fue entonces cuando un gran fogonazo azul restalló en el centro. La salida estaba en llamas, llamas rabiosas, llamas azules, llamas que no eran de este mundo y del interior de esas llamas emergió un hombre al cual las llamas parecían respetarle ya que dejaban un corto espacio a su alrededor sin arder. Este hombre era un sacerdote onmyouji, pero a diferencia del anterior, los colores que vestía no eran naranja sino rojos. Este tenía los brazos ardiendo, y sus tenues llamas azules se conectaban por detrás de su espalda pero sin tocarla, levitando a varios palmos de esta, como si un llevara un mando ardiente que está siendo azotado por el viento. 

- El sacerdote Matsushita ha tomado un voto de silencio, no puede hablar ni derramar una gota de sangre dentro de un recinto sagrado. – El nuevo contendiente hablaba con amabilidad. – Estoy seguro de que si pudiera hablar te diría que abandonases el lugar pacíficamente, que ya te ha perdonado la vida en dos ocasiones ¿Cuántas pruebas más te hacen falta para que entiendas que no puedes derrotarlo? – Estas palabras, lejos de tranquilizarlo o hacerlo entrar en razón le provocaron aún más.

- Uno tras otro no dejan de aparecer monjes molestos como sucias ratas… ¿Cuántos de vosotros tendré que cortar para que me llevéis a la espada? – Gorosuke gesticulaba con furia mientras hablaba. – Te diré una cosa… la piedad es el peor de los defectos en un combate y si tú, monje de mierda… – Le señalo con el dedo extendiendo todo el brazo. –…No muestras un poco más de espíritu combativo que él… – esta vez señaló al otro sacerdote. - …Vas a acabar muerto, así que hazte a un lado y no me hagas perder más el tiempo.
- Oooh… Creo que no me he presentado aún. – El sacerdote sonrió de manera burlesca con gran confianza en sí mismo. – Mi nombre es Wadatsuni, Sacerdote Onmyoji de dos estrellas, el encargado de velar por la seguridad de la espada “Kabayomi” y… para tu desgracia… - Las llamas que rodeaban su cuerpo se volvieron más violentas y altas, e incluso algunos fuegos fatuos se predieron flotando a su alrededor. – ¡Yo no he hecho ese voto!
- ¡OMOSHIROI! (Interesante) – Gritó Gorosuke con una diabólica sonrisa en la que se le podían ver todos los dientes.