10 sept 2016

LA ESPADA KABAYOMI - 3º Parte




El rudo guerrero Gorosuke tras pasar un tortuoso camino al fin a llegado a la puerta del templo "oniyama" el cual guarda en su interior una espada maldita de enorme fama. ¿Serán los monjes capaces de frenar los codiciosos planes del Ronin?

Como siempre, agredeceria que me comentarais que tal os está pareciendo la historia, ya que de vuestros comentarios surje mi motivación.... ¿a quien quiero engañar? Solo una persona ha comentado algo, pero me apetece escribirla y aunque sea para una sola persona termininaré esta historia. Tambien agredeceria que me critiqueis, ya que esto de escribir historias es mas o menos nuevo para mi y no se si, por ejemplo, estoy describiendo demasiado y hago que la historia sea lenta y aburrida, o por el contraria estoy describiendo mal las situaciones.

Bueno, comenzamos ya con la 3º parte.


EL TEMPLO ONIYAMA

El camino de subida no fue nada parecido al que había tomado anteriormente para llegar hasta aquí; el suelo era de tierra firme y daba gusto pisarlo, o al menos eso sentía él debido a que tras haber atravesado ese pedregoso camino, pisar cualquier cosa era realmente placentero. La intensa luz anaranjada del atardecer se filtraba tras el monte e inundaba todo el verde valle, pero como el sendero que ascendía al templo era más bien estrecho y la copa de los árboles de ambos lados se encontraba en las alturas formando así un falso túnel de vegetación, solo algunos rayos anaranjados alcanzaban el suelo, los cuales eran visibles gracias al polvo en suspensión; daba la impresión de poder tocarlos cuando los atravesabas, incluso Gorosuke hacia el intento de tocarlos con la mano cuando pasaba por alguno. La escasa visibilidad alcanzaba justo para no tropezarse con los innumerables e irregulares escalones de piedra que formaban el sendero hacia el templo, sendero compuesto de un sinfín de escalones seguidos de remansos, dispuestos así para facilitar la subida a los viajeros. Pero aunque la visibilidad no era buena, las enormes lamparas de roca (faroles con un tejadito en su parte superior, subidos a una columna, todo hecho de piedra) que se alineaban de par en par a lo largo de todo el camino, no estaban encendidas y posiblemente no se encenderían para alumbrar el sendero en todo el verano a menos que un matsuri (festival) lo precisase. El frenético cantar de las cigarras había cesado hasta el punto de casi volverse inaudible, tomándose el turno para romper el silencio los fuertes graznido de los cuervos, el cual producía un ligero eco a través del valle. Cada varios metros un torii cruzaba el sendero de lado a lado, todos ellos rojos, altos y bien cuidados; estaban lo suficientemente lejos como para ver el siguiente desde cada uno, pero no el que continua a este. 

- Estaría bien si me cruzase un monje de mierda bajando el camino. Si tiene tantos Toriis digo yo que será un templo importante, seguramente grande y con muchos monjes. Sería un problema si todos se unen contra mí – Gorosuke comenzó a replantearse su estrategia. – Si están armados o saben luchar tal y como me han advertido, podría aguantar contra 8, 9… quizás 10 a la vez – Hizo uso de recuerdos en peleas anteriores donde se vio ampliamente superado en número y pese a todo salió victorioso. – Si pudiera agarrar a uno aquí le podría sacar la ubicación de esa espada… o usarlo como rehén para que los demás no hagan nada. Aunque lo más conveniente es que sean monjes pacíficos que no quieran ni defenderse.

El final de ese sendero llegó sin tener que subir hasta la cima del monte como se temía el cansado Ronin que suspiraba aliviado, más bien estaba a poco más de la mitad de la altura del gran monte “Oniyama”, pero era lo suficientemente alto como para que a tus espaldas pudieras contemplar la gran extensión del valle desde arriba; podía verse el mar de copas verdes de los pinos, ahora anaranjados gracias a la luz del atardecer; El camino principal se dibujaba por la ausencia de árboles en la zona y, si lo seguías con la mirada, podías ver como el bosque acababa a pocos kilómetros de allí y comenzaba la zona rural, urbanizada con pequeñas casas rupestres de campesinos, construidas con maderas oscuras y techos de paja, rodeadas por sus campos de cultivos y un caudaloso riachuelo (El verano en Japón es temporada de fuertes lluvias) que inundaba los múltiples campos de arroz, dispuestos de forma rectangular inundados de agua de la que emergen briznas de hierba verde. 

- Ese pueblo está bastante cerca, quería descansar un poco antes de entrar en el templo, pero si me doy prisa esta noche podré dormir bajo techo y comer caliente. - Gorosuke analizaba desde lo alto el pueblo para trazar sus planes de futuro. – Es posible que salga herido, no puedo descartar eso… espero que alguno de esos campesinos paletos sepa algo de medicina.
Un enorme cedro sagrado podía verse conforme subías los últimos peldaños de la travesía. (Se sabe que es sagrado porque tiene una cuerda atada alrededor de su tronco denominada “Shimenawa”. Esto se hace con los árboles que tienen más de 100 años de edad, o los que se cree que son morada de un “Kodama”, que es pequeño espíritu de la naturaleza). Este enorme cedro daba la bienvenida a los viajeros plantado en un gran remanso del monte, donde por fin se encontraba, el imponente y sagrado templo de “Oniyama”.

- Oe oe… ¡Fuzakenna! (No me jodas) esto debe ser una broma… - Gorosuke se sorprendió al ver el tamaño del templo, que pese a estar perdido en la montaña, estaba muy bien cuidado y lucia imponente. – Ese extraño monje que me encontré me dijo que este templo se había fundado con la intención de proteger la espada “Kabayomi” ¿Cómo de impresionante debe ser esa espada para que monten semejante circo entorno a ella?... Subarashi (Magnifico) – Esbozó una malvada sonrisa de superioridad enseñando los dientes. 

Comenzó a caminar muy decidido hacia el templo pisando el seco pasto amarillento de la explanada donde se encontraba el templo, mientras se acariciaba la barba con sus dedos y jugueteaba con la espada atada a su cintura reposando el brazo en ella. Estaba saboreando la victoria mientras se acercaba al templo; pensaba que un gran templo era equivalente a un gran tesoro, no pensó ni por un momento que un gran templo implicaría también, un gran desafío.

Se plantó frente a la puerta y quiso darle un último vistazo al templo antes de adentrarse; necesitaba conocer las posibles rutas de escape y la ubicación de cada edificio antes de entrar en acción, para hacerlo todo de la manera más rápida y eficaz posible. Una blanca y muy alta muralla de piedra con un tejadillo rojo rodeaba todo el recinto, todo a excepción de la puerta, una enorme puerta negra abierta al público mientras el sol ilumine Shihon. Un enorme Torii, más grande y detallado que cualquiera en todo el valle, hacía las veces de marco para la entrada y custodiándolo a cada lado, un par estatuas intimidantes de Inugami (Dios perro guardián) ambas con un enorme mala (Collar con esferas o cuentas que usan los monjes budistas) de perlas rojas, el cual no era de roca, sino real. El interior de la muralla era tan grande como un pequeño pueblo, con 6 edificios rojizos y uno grande central. No es que fuera un templo ostentoso por capricho, es que debía ser grande para dar cobijo al más de un centenar de monjes venidos de todos los rincones de shihon para velar por que el sello de la espada Kabayomi no sea roto. Los kimonos de estos monjes, que parsimoniosamente deambulaban atareados por todos los rincones, eran de colores dispares; distintas tonalidades de azul y marrones, sobre todo colores oscuros, pero ante todo predominaba el negro, en kimonos y, unánimemente en las hakamas de todos los monjes. Solo algunos vestían kimonos blancos con adornos de colores acordes a su rango, y estos eran los únicos monjes que, a diferencia de los peregrinos, hacían su vida en el interior del templo; estos eran los llamados sacerdotes Onmyoji.

Desde las afueras del templo podía oírse los rezos y canticos de los monjes, tarea que le ocupa la mayor parte del día, monotonía solo quebrada por tareas de mantenimiento del templo como lo eran barrer el suelo de los caminos que conectaban los distintos edificios; encender o apagar las numerosas lamparas de roca que rodeaban cada estancia y todo el complejo interior de murallas; supervisar y preservar las capillas y cajas de donativos, así como el pozo o los toriis de la entrada y, una vez al día, cuando el sol se oculta, cerrar el portón de la entrada, tal y como estaba sucediendo en estos instantes.

- ¡Choto matte! (Quieto ahí) – Gorosuke forzó la puerta plantando una de sus enormes manos en ella justo antes de que se cerrara y, con poco esfuerzo la abrió empujando al monje hacia atrás. – Oe Bozu (monje) ¿Por qué tanta prisa? Estoy seguro que aún da tiempo para una visita más. – Entró con una sonrisa desafiante ignorando los ruegos del monje para que se fuera. La puerta era tan alta que era una de las pocas de shihon por las que había pasado sin tener que agacharse. - ¡Kiero! (Largate) – Con un gesto de su cabeza el monje se apartó de la entrada muy asustado, tratando de tranquilizar a Gorosuke mediante gestos en cada paso hacia atrás que daba.

Caminó con tranquilidad por el patio central, jugueteando con la katana con cierto desdén, solo para hacer ver que tiene una y que no le parecía un asunto serio el usarla. Asentía suavemente mientras mirada a todos los monjes, estaba feliz de comprobar que ninguno de ellos estaba armado. Los monjes estaban asustados y pocos valientes se atrevían a acercarse para pedirle que abandonara el templo, pero el sádico invasor les hacia un gesto para asustarlos y estos retrocedían rápidamente, incluso alguno cayó de espaldas. Gorosuke estaba disfrutando la situación, reía, bromeaba, insultaba, no podía creerse que fuera tan fácil asustar a tantas personas a la vez.

- ¡Oe-Kora! ¡Estúpidos monjes, decidme donde está la maldita espada kabayomi-Kora! – Los miraba fijamente a los ojos por si alguno le mantenía la mirada golpearlo y darle una lección frente a los demás. Mejor que se diesen prisa en revelar la ubicación de la espada, ya que él tenía pocas virtudes y la paciencia no estaba entre ellas.

Uno de los sacerdotes había permanecido inalterable con todo el revuelo, seguía barriendo el suelo del templo, no por necesidad ya que el suelo realmente no estaba sucio, sino como forma de meditación, pero esas palabras… el hecho de que viniese buscando la espada cambiaba las cosas. Dejó la escoba apoyada en una linterna de roca y caminó hacia el alborotador. Vestía un Eboshi naranja (sombrero alto de tela) de igual color que los ribetes de las muy anchas mangas del kimono blanco. Se trataba de un sacerdote Onmyouji.

- ¿Aaaah? ¿Naaanda? (¿Qué quieres?) ¿Me estás desafiando Kuso bozu? (Monje de mierda) – Gorosuke se molestó al ver que uno de los monjes no se intimidaba ante su presencia. Realmente lo que más le molestaba no era el hecho de que lo menospreciara, sino el tener que hasta ahora asustar a los monjes estaba funcionando y prefería hacer el trabajo sin dañar a ninguno. Ahora tendría que disciplinarlo para que los demás no se le unan. 

El sacerdote lejos de asustarse, esbozando una dulce sonrisa y con los ojos tan finos que parecían cerrados con un gesto que evocaba bondad, sin soltar un solo ruido de su boca lo saludó colocando su puño derecho cerrado sobre la palma de su mano izquierda extendida en vertical. Este saludo era una señal respetuosa para indicarle al invasor que el sacerdote había comenzado un duelo contra él.
- Temee… (Serás…) – Ese sacerdote no podía ser más irritante, iba a morir de la forma más estúpida posible. – Está bien, hagámoslo así - Gorosuke buscó en el bolsillo interior de su manga una pequeña moneda – Tiraré esta moneda al aire, y cuando toque el suelo comenzará el combate ¿De acuerdo? – Dio su silencio como una respuesta afirmativa y se llevó la moneda a la punta del dedo pulgar para lanzarla desde ahí – ¡Hajimemasho! (Comencemos)

La moneda voló muy alto con el toque de la fuerte mano del Ronin, tan alto que ambos tuvieron que alzar la vista para seguir su recorrido y, precisamente eso es lo que buscaba el astuto Gorosuke. En cuanto el Sacerdote apartó la mirada de el para poder ver la moneda, el espadachín se llevó la mano al cinto para desenvainar rápidamente su katana; Gorosuke sonreía plenamente y con malicia, no podía haberle salido mejor la treta… pero sorprendentemente cuando cerró la mano para agarrar el mango se encontró que solo el aire llenaba su puño cerrado. La katana que debió haber estado guardada en la tsuba (funda), había salido disparada de manera incomprensible hacia el aire también.

- ¿NANI? (¿Qué ha pasado?) – No cambia en su asombro cuando vio pasar su espada por delante de sus ojos - ¿Cómo coño la ha golpeado desde tan lejos? Ese sacerdote tramposo…
Gorosuke se estiró rápidamente para agarrar la espada antes de que está saliese de su rango, pero sin darse cuenta había caído en la misma trampa que él mismo había preparado. Al lanzarse a por su katana sin pensárselo demasiado, miró hacia arriba dejando el cuello completamente al descubierto; hecho que aprovechó el habilidoso sacerdote para en un rápido paso frontal, asestarle un shuto (Golpe con el canto de la mano) en el lateral del cuello.

No fue un golpe normal, de eso se percató inmediatamente el experimentado guerrero, había recibido muchos golpes a lo largo de su vida, pero ninguno se asemejaba a lo que ese golpe le produjo. Una sensación de frio electrificante le recorrió toda la espina dorsal, desembocando en sus extremidades pero atacando muy dolorosamente al cerebro. No podía explicar la razón, pero se quedó completamente inmóvil; ni un solo dedo podía mover, ni hablar o pestañear le era posible por más que lo intentara. La moneda calló sobre su frente y rebotó contra el suelo. Esto le hizo percatarse de algo importante.

- ¡Si no me muevo voy a ser atravesado por mi propia espada! – Pensó mientras veía como su katana giraba elevándose en el aire hasta perder fuerzas y comenzar a descender hacia su cabeza, tampoco tenía opción a mirar otra cosa ya que no podía ni cerrar los ojos - ¡Ugoki! ¡Ugoki! ¡UGOKI! (muévete x3) ¡Muévete maldito cuerpo! – Hacia ya mucho tiempo que no sentía tanta desesperación y miedo como en ese momento, se sentía preso en su propio cuerpo, inmóvil, inútil, indefenso y por mucho esfuerzo que pusiera para tratar de mover un musculo apenas conseguía más que un simple espasmo como respuesta. 

La katana descendió hasta estar a la altura de la cara de Gorosuke, el cual se creyó muerto inevitablemente, pero cuando la punta de la espada estuvo tan cerca que pudo ver reflejado su ojo en la hoja de esta, sintió un súbito y brutal impacto en el pecho que lo empujó con tanta fuerza que lo alejó de la trayectoria de la espada, haciéndole hacer de espaldas un par de metros más atrás; el impacto fue tal que las briznas de hierva de los alrededores de agitaron con el viento generado. El sacerdote lo había golpeado con ambas palmas de las manos en vertical, una arriba de la otra, apuntando con su diestra al cielo y con su inversa a la tierra.

Gorosuke expulsó el contenido de su estómago antes siquiera de caer, rodó por el suelo y se recostó para no asfixiarse con su propia tos. De alguna manera ese golpe lo había liberado de su repentina parálisis. Se llevó las manos frente a sus ojos y las cerró varias veces para comprobar que podía moverse; se limpió los rastros de vomito de la barba con su manga; comprobó la porquería que se le había quedado pegada en la tela y tras olisquearla un poco la refregó por el suelo para limpiarla; Comprobó el lugar donde había a parar su espada, se había clavado a un metro escaso del sacerdote; Miró como los demás monjes del templo se reían de su desgracia y les lanzó insultos y amenazas para que callaran; Finalmente se levantó con un poco de esfuerzo ya se sentía mareado del tremendo golpe que acababa de recibir, se sentía peor que la coz de un caballo encabritado y eso que llevaba armadura; caminó con prudencia hacia el sacerdote, el cual en ningún momento había inmutado su cara de bondad y con un gesto de la mano le ofreció acercarse para agarrar la espada clavada en el suelo.

- ¡Te voy a rebanar tanto que esta noche cada uno de tus amigos va a tener un asqueroso filetón de monje que llevarse a la boca! – Gorosuke exultaba furia, sin lugar a dudas ese monje le había sacado de sus casillas.

El sol se había ocultado definitivamente y la oscuridad ya reinaba en el templo, así que los monjes procedieron a encender las lámparas de roca, comenzando por las más cercanas al duelo, para no perder detalle de lo que estaba ocurriendo. Solo la luz de los pequeños fuegos  iluminaba a los contrincantes, cada uno proyectando sombras en distintas direcciones. 

Caminó a por su espada sin quitarle un ojo de encima al sacerdote, mirándolo con gran odio, planificando como seria su siguiente movimiento, pero cuando estuvo cerca de agarrar su espada, esta salto del lugar sin que nada la tocase aparentemente, girando en dirección al Onmyouji el cual, en cuanto tuvo oportunidad la pateó justo en el pomo, lanzándola con fuerza contra su enemigo como si de una flecha se tratara. Gorosuke pudo esquivarla por los pelos, y gracias a su Yoroi (armadura) ni siquiera se llevó un rasguño, pero realmente no se esperaba una jugada tan sucia por parte de un hombre de fe. Sus miradas se cruzaron de nuevo, pero esta vez… quizás por la escena que acaba de acontecer o quizás porque en su cabeza calva se reflejaban las luces de las linternas y en su cara se dibujaban siniestras sombras, la expresión del monje no le pareció de bondad, sino de extremo sadismo, con sus ojos entrecerrados y su amplia sonrisa; este le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que puede ir a recuperarla.

Gorosuke muy indignado, asintió suavemente repetidas veces mientras se giraba para ir a por ella sin dejar de mirar al sacerdote de reojo por si acaso. No podía esperar para rebanar a ese monje, saboreaba mentalmente la victoria mientras relamía sus propios dientes. Caminó a por su espada fijándose bien en sus alrededores, no podía ver bien a donde había caído esta, pero por la trayectoria casi seguramente había aterrizado fuera de la puerta.

- No volveré a caer en tus trucos cabronazo. – Hablaba con el sacerdote mientras trataba de analizarlo todo a su paso – Se cómo haces esas cosas. Lo de mover mi espada sin tocarla… puedo ver más allá de tus engaños, todo lo haces con hilos finos. – Agitaba la mano entre las linternas, por debajo suya, por su alrededor... en todas direcciones buscando algún hilo oculto. - Sé que pretendes cerrar la puerta en cuanto salga por la espada y dejarme fuera. Pero descubriré el hilo y no te dejaré tenderme la trampa.

Las linternas de la muralla donde estaba ubicada la puerta comenzaron a encenderse paralelamente desde los exteriores hasta el centro sin que nadie las prendiera, una tras otra con velocidad hasta que las dos últimas linternas se habían encendido, y fue entonces cuando un gran fogonazo azul restalló en el centro. La salida estaba en llamas, llamas rabiosas, llamas azules, llamas que no eran de este mundo y del interior de esas llamas emergió un hombre al cual las llamas parecían respetarle ya que dejaban un corto espacio a su alrededor sin arder. Este hombre era un sacerdote onmyouji, pero a diferencia del anterior, los colores que vestía no eran naranja sino rojos. Este tenía los brazos ardiendo, y sus tenues llamas azules se conectaban por detrás de su espalda pero sin tocarla, levitando a varios palmos de esta, como si un llevara un mando ardiente que está siendo azotado por el viento. 

- El sacerdote Matsushita ha tomado un voto de silencio, no puede hablar ni derramar una gota de sangre dentro de un recinto sagrado. – El nuevo contendiente hablaba con amabilidad. – Estoy seguro de que si pudiera hablar te diría que abandonases el lugar pacíficamente, que ya te ha perdonado la vida en dos ocasiones ¿Cuántas pruebas más te hacen falta para que entiendas que no puedes derrotarlo? – Estas palabras, lejos de tranquilizarlo o hacerlo entrar en razón le provocaron aún más.

- Uno tras otro no dejan de aparecer monjes molestos como sucias ratas… ¿Cuántos de vosotros tendré que cortar para que me llevéis a la espada? – Gorosuke gesticulaba con furia mientras hablaba. – Te diré una cosa… la piedad es el peor de los defectos en un combate y si tú, monje de mierda… – Le señalo con el dedo extendiendo todo el brazo. –…No muestras un poco más de espíritu combativo que él… – esta vez señaló al otro sacerdote. - …Vas a acabar muerto, así que hazte a un lado y no me hagas perder más el tiempo.
- Oooh… Creo que no me he presentado aún. – El sacerdote sonrió de manera burlesca con gran confianza en sí mismo. – Mi nombre es Wadatsuni, Sacerdote Onmyoji de dos estrellas, el encargado de velar por la seguridad de la espada “Kabayomi” y… para tu desgracia… - Las llamas que rodeaban su cuerpo se volvieron más violentas y altas, e incluso algunos fuegos fatuos se predieron flotando a su alrededor. – ¡Yo no he hecho ese voto!
- ¡OMOSHIROI! (Interesante) – Gritó Gorosuke con una diabólica sonrisa en la que se le podían ver todos los dientes. 

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