La historia de Gorosuke continuará, pero he decidido darle un pequeño descanso a la acción para presentaros a otro de los 5 miembros que formarán el equipo. Se que dije que solo iba a contar la historia de como se unió Gorosuke en ese grupo, pero bueno, tengo ganas de contar una pequeña intro de todos los Pjs, ya que las demás historias van a ser mucho mas cortas, ocupando uno o dos capitulos solamente.
En esta historia de dos capitulos os presento a Taro, un inexperto y travieso monje cumpliento una rutinaria mision para mejorar sus habilidades como monje. Puede que por ahora no sea demasiado fuerte, pero no hay que olvidar que es el hijo de la persona mas poderosa de toda Shihon, el alto sumo sacerdote Fukumatsu Meiji y quizás haya heredado algo de su potencial.
- LISTADO DE CAPITULOS.
EL OBON DE MAOSHI
- ¿No creéis que este chico es muy joven para ser un monje?
- No seas estúpida, se puede ser monje desde más joven
incluso.
- Ya lo sé, viejo amargado, pero me refería a un monje
onmyoji.
- Pues yo creo que para su edad está haciendo bien su
trabajo.
- ¡Pues yo no lo creo¡ Jovencito ¿No eres demasiado joven
para ser un sacerdote Onmyoji?
- ¿Y vosotros no sois demasiado viejos para asustaros por
unos fuegos artificiales? Callaos de una vez y volved a la tumba, no me hagáis
el trabajo más difícil – Les respondió el joven sacerdote, el cual recibió un
fuerte coscorrón en la cabeza por dar esa fea contestación.
- Oye Taro-chan, trata con respeto a esos venerables
fantasmas – Le reprendió su compañero sacerdote, medio siglo mayor que él.
- No me llames Taro-chan – Dijo el niño bastante ofendido – Llámame
Taro-Sama, viejo Nuppeppo (Los Nuppeppo son unos Youkai similares a una enorme y
deforme cabeza con tantas arrugas y pieles flácidas que pareciera estar
derritiéndose.)
Taro era, como todos afirmaban, muy joven para ser un
sacerdote Onmyoji, a los 13 años de edad no era común en un monje tener tanta
responsabilidad, pero pese a tener una personalidad impulsiva e irrespetuosa
como cualquier adolescente de su edad, Taro era increíblemente dedicado y
talentoso en su trabajo. Esto era así porque para él, ser un monje no era una
profesión, ni siquiera una vocación, era un hobby. A Taro desde siempre le han
fascinados los relatos de fantasmas misteriosos, de armas legendarias bendecidas
por los dioses, de peligrosos youkais de mil formas que atemorizan a poblados
enteros… pasaba horas y horas, días y días, meses y meses leyendo pergaminos
sobre diferentes casos de maldiciones y leyendas, sin olvidarse nunca de
recitar los sutras y oraciones obligatorias para un monje. Pasó su infancia
leyendo y orando, no acostumbraba a salir a jugar y relacionarse con otros
niños; Nadie duda de que esa sea la razón de su complexión casi enfermiza,
demasiado bajo y delgado para su edad.
- ¡No me llames Nuppeppo! – Le gritó molesto por esa falta
de respeto - No me importa que seas el hijo del sumo sacerdote, para mi eres un
sacerdote como cualquiera de nosotros. Le prometí a tu padre que te vigilaría y
te entrenaría, así que respétame como si se tratara de él.
- ¡Pero yo soy un sacerdote de dos estrellas y tú solo de
una Hiroto ossan¡ (Viejo Hiroto, Hiroto es el nombre del monje tutor de Taro) –
Taro se señaló con el pulgar luciendo una cara de gran orgullo – Tu eres el que
debería obedecer mis órdenes – Colocó los brazos en jarra y miró ligeramente al
cielo de forma arrogante y burlona.
- No eres un monje de dos estrellas maldito mentiroso,
vistes el naranja como todos nosotros – Con un gesto abarcó a los otros 3
sacerdotes que estaban trabajando por el cementerio. – Tienes el potencial para
convertirte en uno, pero para ello aun tienes que aprender a controlar tu
Shikigami – Señaló la ninjato (Espada ninja) que Taro portaba en la cintura y
este al considerarlo una ofensa la agarró para protegerla su vista. – y pasar
unos años para ganar algo de experiencia y sabiduría, entonces Taro-chan,
podrás ir a luchar contra Youkais y romper maldiciones, pero ahora lo que te
toca es poner en calma a los espíritus de este cementerio.
Taro miró desganado el cementerio, era un campo enorme, con
varios miles de lapidas de piedra dispuestas en una irregular colina verde que
descendia hasta un rio. Las lapidas tenían forma de una pequeña columna
rectangular donde estaba escrito el nombre del difunto. Las había de diferentes
alturas, grosores y colores, pero ninguna llamaba especialmente la atención. En
casi todas ellas prendían unas olorosas ramitas de incienso cuyo olor inundaba
los alrededores; varios cientos de intensos olores distintos que aturdían los
sentidos de los vivos, aunque tranquilizaban a los muertos. Los cinco monjes
llamados para realizar la tarea no estaban solos, cientos de personas recorrían
los caminos del cementerio, limpiando las tumbas, dejando ofrendas, orando y
poniendo al día a sus seres queridos, porque hoy era un día especial en la
ciudad de “Maoshi”, hoy se celebraba el Obon (día de los difuntos).
Maoshi era una ciudad importante que tenía la bonita
tradición anual en la cual, en la noche de luna nueva de agosto, depositan en
el agua pequeños faroles flotantes con el nombre del familiar al que va
destinado la ofrenda. Esta tradición se conoce como “Torou Nagashi” y se
celebra en todo Shihon, aunque la peculiaridad de Maoshi es que antes de
proceder a dejar en el riachuelo los cientos faroles que formarán la fúnebre
pero hermosa procesión que iluminará ambas orillas durante varias horas, se
lanzan al aire los “Hanabi” (fuegos artificiales) para con su estruendo
despertar a los muertos de su letargo y avisarles de que ya ha llegado el Obon
y que pueden recibir la visita de sus familiares.
Pero esta práctica tiene un daño colateral por la cual es
desaconsejada desde el templo Omnyodo, y es que despierta a todos los espíritus
del cementerio, y al tratarse de un cementerio tan grande hay muchos difuntos
que no quieren o no deben ser despertados. Así que, cada año el Fudai-Daimyo
(Daimyo de menor importancia, similar a un alcalde) de Maoshi paga al templo
Omnyodo para poner en calma a aquellos fantasmas que no encuentran la paz a la
mañana siguiente al festival.
Y en esa tesitura se encontraba Taro, parado frente a la
tumba de tres fantasmas de viejos amargados que no habían recibido la visita de
su familia y que tenía que poner en calma para que dejaran de molestar. Y tras
estos tres, casi un centenar de fantasmas le esperaban, para ser convencidos de
dejar de molestar y volver al más allá. Todos lucían como en su último momento
de vida pero vistiendo un kimono blanco, y tanto cuerpo como vestimenta eran
transparentes y vaporosos, se podía ver a través de ellos, acentuándose más la
transparencia en las piernas donde sufría un degradado que llegaba volverse
completamente invisible.
- Esto es un rollo… - Masculló en voz baja Taro. - Cuando yo
sea el sumo sacerdote se va a enterar Hiroto cara de nuppeppo. – Estaba muy
aburrido, esa no era su visión idealizada de lo que era ser un sacerdote
onmyoji. - ¡Y vosotros! – Dijo señalando a los tres fantasmas – Ya os vale ¿no?
Venga ya y volved a vuestras tumbas. – Dio unas palmadas suaves para meterles
prisa.
- Pero es que estoy muy molesta con mi nieta Joven monje –
Le dijo la fantasma anciana. – Sé que ha tenido una hermosa niña hace más de un
año y aun no la ha traído a presentármela. No hay derecho a que me trate así…
- ¡Oi baba! (Vieja) ¡Eso no es un buen motivo para andar por
aquí liándola! – Taro gesticulaba fuerte con los brazos mientras daba pisotones
de indignación en el suelo.
- Mmmmmm… - Taro estaba concentrado pensando con los brazos
cruzados mientras emitía un sonido que hacia parecer que lo que estaba haciendo
era trabajoso. ¡Wakata Wakata! (De acuerdo, de acuerdo) Haremos lo siguiente,
tu vete al más allá, y cuando termine este trabajo te prometo que iré a buscar
a tu nieta y le diré que la siguiente vez que venga a visitarte se traiga a su
hija. ¿Te parece bien?
- ¿Ontoni? (¿De verdad?) – La señora mayor cambió su cara
por una más alegre – Mi nieta se llama Makoto Shiresawa y vive en el distrito
oeste. – La anciana comenzó a brillar – Te lo agradezco mucho joven Monje,
¡Arigato! – La anciana desapareció en un destello.
- Por fin… ¿Y a ti que te ocurre Jiji (viejo)? – Esta vez se
dirigía al fantasma de la tumba en el centro.
- ¿A mí? Mi familia ya no me trae ofrendas como antes… - El
viejo parecía muy decepcionado. – Hace 4 años que no pruebo nada de Sake.
- ¡Eso no es un problema de verdad! – Taro se enfadó seriamente
– No puedo creer que me estéis robando mi tiempo de esta manera… ¡Esta bien! Ya
sé que podemos hacer…
Se acercó al oído del fantasma y se colocó la mano frente a
la boca para que lo que iba a contarle no fuera escuchado por nadie más, ni sus
labios fuesen leídos. El fantasma parecía sorprendido.
- ¿Ves a ese tipo de allí? – Le susurró mientras señalaba
con el pulgar disimuladamente a su mentor Hiroto – De esto que voy a hacer no
debe enterarse ¿De acuerdo? – El anciano asintió dos veces un poco sorprendido
y absorto en la intriga en la que lo había sumido el joven monje. – Aquí guardo
un sake especialmente valioso que solo usamos en ofrendas para los más
importantes dioses, es un sake sagrado, muy escaso y de un sabor tan
extraordinario que nos hicieron prometer que solo se lo serviríamos a los más
sagrados y respetados dioses – La cara del fantasma cambió y se puso muy serio.
– Te voy a servir un trago a cambio de que vuelvas al más allá, pero no le
digas a nadie que te lo he servido o correremos peligro de ser malditos los
dos. ¿Estás de acuerdo? – El fantasma asintió con determinación y ahora miraba
al monje con gran admiración. No podía esperar para probar ese delicioso sake
de los dioses.
Taro se acercó a una enorme mochila que descansaba al lado
de esas tumbas. Realmente era un cajón de madera con dos asas para colgársela
en la espalda, pero tan gran grande que casi podría confundirse con un armario.
Esta mochila acompañaba a Taro a donde quiera que fuese y estaba cargada con
una infinidad de objetos mágicos que su padre el sumo sacerdote le había
prestado, y otros que había conseguido reunir él mismo en sus viajes. Aunque su
objeto más importante lo llevaba siempre consigo, atado a la cintura. De la
mochila sacó una botella de barro blanca que tenía escrita los kanjis de “Sake”
en tinta negra. La sacó de la mochila como si fuese el mayor tesoro en la
tierra, ocultándola del maestro Hiroto y se acercó a la lápida del anciano y
muy delicadamente derramó un chorrito sobre esta.
- ¿Qué tal Jiji? – Le susurró muy emocionado, como si fuera
él mismo el que fuera a beber aquel manjar.
- Umaaaai (Delicioso) – El fantasma estaba radiante de
felicidad - No puedo creer que esté bebiendo este delicioso sake celestial.
Ahora entraré en el mas allá por la puerta grande joven. No tengo palabras para
agradecértelo. – El fantasma comenzó a brillar hasta desaparecer en un
destello.
- ¡Agradécemelo no volviendo a ser tan testarudo el año que
viene! – Una vez el escuálido monje hubo apaciguado el alma del anciano,
devolvió la botella de sake a su lugar, pero esta vez sin ningún misterio. –
Esta es una botella de sake mágica. – Dijo para sí. - El sake que contiene
nunca se agota pero es de baja calidad, aunque eso él nunca lo sabrá, ya que un
fantasma ni come ni bebe, solo siente el valor, empeño o cariño que tienen sus
ofrendas, así que al hacerlo creer realmente que era el sake más especial del
mundo, se sintió enormemente complacido y eso es lo que realmente cuenta.
- Y tú, a ver… ¿Qué diantres pasa contigo? – Se refirió con
pocas ganas al último de los tres fantasmas.
- Yo… nada señor monje, es solo que era amigo de ellos dos
en vida y me quería quedar hablando con ellos hasta que volvieran al más allá.
– Taro lo miró con los ojos entrecerrados, con cara abatida. No terminaba de
creerse la estúpida situación que estaba viviendo.
- ¿En serio…? ¡Pues venga, hala, ya te estás despidiendo de
esta tierra! – Movía las manos para inducirle prisa, de forma que parecía que
estaba conduciendo a unas gallinas dentro de un gallinero.
- Si señor monje, pero antes de eso…
- Tsk… - Taro ya supuso que iba a hacerle una petición
estúpida como los dos anteriores.
- ¿Ves a esa agradable ancianita que está orillas del lago?
– Señaló cuesta abajó de la colina, por donde pasa el rio donde dejan los
faroles. – Es la abuela Ritsu, lleva 8 años quedándose allí y me da mucha pena.
¿Podría ayudarla por favor?
- Vaale vaale, venga, pero vuélvete ya, esos otros dos te
estarán esperando en el más allá. – Taro miraba hacia abajo y gesticulaba con
la mano para restarle importancia y que se fuera ya.
- Tanomu, Bozu (Cuento contigo, monje). – Dicho esto, su
espíritu desapareció.
Taro suspiró profundamente, aliviado por haber terminado su
trabajo. Se calzó la mochila, la cual era casi tan alta como el, se levantó con
esfuerzo y comenzó a bajar uno de los irregulares senderos que bajaban al rio.
- ¿A dónde te crees que vas jovencito? - El monje Hiroto lo
interceptó a medio camino.
- Voy a ir a ponerle paz a ese fantasma de allí – Le
respondió señalando el fantasma de la abuela Ritsu.
- Te he estado observando allá arriba – Le reprimió el viejo
monje. – He visto tu manera de actuar y no es nada cauta. La manera en la que
se debe poner paz a los espíritus es rezando por su alma, no cumpliendo sus
caprichos. Es peligroso involucrarse en sus asuntos y mucho más prometerle algo
que no puedes cumplir.
- Ya lo sé, ya lo sé… – Taro le respondió de manera mecánica
y desganada, no pudo esconder que solo respondía para obtener su silencio no
por que estuviese realmente de acuerdo. – No volverá a ocurrir.
El Viejo sacerdote Hiroto lo miró con desconfianza mientras
bajaba el sendero hacia el rio, pero decidió confiar en él y seguir trabajando
más arriba.
Taro llegó a la orilla del riachuelo el cual apenas tenía
tres pasos de ancho y seguramente no cubriese más allá de las rodillas. Sus
aguas cristalinas dejaban ver las piedras redondas de las que estaba compuesto
su lecho e incluso casualmente algún pez. Ambas orillas estaban cubiertas por
altas zarzas afiladas, por todos lados excepto en ese tramo, el cual había sido
cuidado para poder acceder al rio desde allí. Sentada en una gran roca redonda
estaba la abuela Ritsu, una casi diminuta señora mayor de aspecto muy dulce y
frágil, con las manos cogidas por detrás de la espalda y un gran moño gris y
redondo en su cabeza.
- ¡Ooooi obachan! (Abuela) ¡Ohayo! (Buenos días) – Taro
sintió algo de ternura por el débil espíritu de esa señora y decidió ser más
respetuoso que con los demás fantasmas.
- ¡Ohayo! Joven monje – La abuela Ritsu buscó en sus
bolsillos. – Disculpa que no tenga un caramelito para ofrecerte. Que niño más
bueno.
- Obachan ¿Qué hace aquí tan lejos? ¿Por qué no vuelve con
los demás?
- ¿Oh?... ¡Ahh! – La abuela Ritsu quizás estaba un poco
senil antes de morir. – Estoy esperando por mi farolillo.
- ¿Su farolillo? – Taro se sorprendió – Pero el Torou
nagashi fue ayer en la noche, ya no tienen que venir más farolillos.
- ¿Qué? No, jajajaja, no, no, joven, no es así. – La abuela
Ritsu sonreía como si lo que hubiese dicho taro fuera absurdo. - A veces pasa
que los farolillos tardan en venir porque se quedan atrapados en la orilla,
pero tarde o temprano el rio los devuelve a su vereda y los trae. – La abuela
Ritsu hablaba muy tranquila, como si creyese de todo corazón lo que estaba
diciendo.
- ¿Y lleva aquí desde anoche obachan? – Taro parecía
preocupado.
- No no… llevo aquí 8 años. Pero todos los años tengo la
mala suerte de que mi farillo se enreda con las zarzas – La voz de la abuelita
no parecía triste, sino más bien alegre y dulce. – Estoy esperando de que el
rio ponga mis farolillos en su curso y poder ver como mis familiares se
acuerdan de mí y me extrañan. – Su voz guardaba mucha esperanza y no vacilaba.
- Ritsu Obachan… - Taro sintió una fuerte presión en el
pecho y se quedó mirando algo triste e inmóvil a la vieja Ritsu, la cual miraba
alegre con los ojos entrecerrados a la rivera del rio, esperando por su farol.
- ¡Taro-chan! Digo… Taro-san – Una voz de un hombre adulto
le habló desde atrás y por supuesto no pudo resistir la invitación de girarse a
ver quién es. - ¿Con quién hablabas? ¿Con uno de esos fantasmas o estabas
hablando solo? Jojojo – Era un hombre muy obeso de avanzada edad pero no tanta
para ser considerado viejo. Vestía unas ropas lujosas y hablaba con un acento
que denotaba su cultura y cierto tono burlón, quizás debido a que estaba
hablando con un niño, o al menos eso creyó Taro.
- ¿Quién es usted Ossan? (Es una manera despectiva de decir
“Señor de avanzada edad”) – Taro estaba intrigado de que vinieran a buscarlo a
él en concreto y no a su maestro Hiroto.
- ¡Que grosero por tu parte llamarme así niño! – El señor
estaba notablemente molesto.
- Tú has sido más grosero viejo horripilante… - Eso pensó,
pero no lo dijo porque sabía que insultar a un noble le traería problemas
graves, y estaba claro que ese viejo horripilante era un noble.
- … Bueno bueno… No tengamos problemas Taro-san, hemos
empezado con mal pié, pero esa primera impresión puede cambiarse ¿no crees? –
Ese repentino cambio de humor tan adulador no le daba buena espina a Taro, el
cual había crecido rodeado de viejos monjes que le enseñaron a perder la
inocencia de niño desde antes de aprender a leer y sabia cuando alguien quería
engañarle. – Mi nombre es Dango-Sama, si si, como el dulcecito jojojo, (EL
Dango es un dulce japonés con forma de bola) puedes reírte muchacho, yo lo hago
siempre, jojojo.
- Normal que te llamasen dango, si estas hecho una bola de
grasa… deja de hacerte el gracioso conmigo y dime lo que quieres de una vez… -
Por supuesto ninguna de estas palabras salieron de la boca del pequeño monje.
No llegaron a salir de su mente.
- Soy el Fudai-Daimyo de Maoshi, si, si, el que os ha
contratado jojojo…
- No te des tantos aires diciendo que nos has contratado, el
favor te los estamos haciendo nosotros a ti librándote de los fantasmas, a
nosotros no nos hace falta tu dinero… - Eso fue lo que realmente tenía ganas de
decirle, pero lo que en realidad le contestó fue…
- Encantado de conocerlo Dango-San ¿En qué puedo ayudarlo? –
Se lo dijo de forma casi autómata, sin alegría en el tono, ya que realmente
decía esto porque entiende que debe hacerlo.
- Pues verás joven
monje, estaba conversando con tu compañero, el venerable Hiroto-San sobre el
obon, y cuando me habló de ti no pude evitar fijarme en esa preciosa ninjato
que llevas colgada en la cintura. – Cuando dijo esto Taro no pudo evitar
agarrarla y comenzar a desconfiar seriamente de las intenciones del noble. – ¿Qué
te parece Taro-san si te tomas un descanso y vienes a mi casa? Mis sirvientas
han preparado unos mochis… Mmmmmm – Esa frase le pareció a taro espeluznante y
no pudo esconder su cara de repugnancia al ver como aquel hombre gordo y viejo
alzaba las manos agitando los dedos, relamiéndose y casi volteando los ojos en
una expresión de éxtasis. – ¡Deliciosos!
- Kimooo…. (Una contracción de “qué asco”) – Eso quiso decir
mientras contenía sus ganas de vomitar, pero en su lugar le respondió.
– Será
todo un honor para mí, Dango-san.
Taro sentía curiosidad por descubrir las intenciones del
Fudai-Daimyo para con su Ninjato, ¿Por qué se había fijado concretamente en
ella? Se preguntaba mientras cargaba de nuevo la pesada mochila. Se giró para darle
un último vistazo melancólico a la
abuela Ritsu y comenzó a caminar.
- Dango-San, tengo que informar a Hiroto que me voy contigo,
nos reunimos en la entrada ¿vale?
- De acuerdo Joven monje…. ¿Pero no crees que deberías
cambiar eso de Dango-San, por Dango-sama?... ¡¿Qué?! – Se asustó al percatarse
de que Taro se había marchado sin emitir ningún tipo de ruido y le estaba
hablando a la nada. La cara de Dango no decía nada bueno, pero se conformó con saber
que el monje había aceptado ir a su casa, así que le hizo un gesto a los cuatro
sirvientes que cargaban el lujoso palanquín en el cual había venido, y estos se
acercaron para que su señor no se viese obligado a dar un solo paso en el sucio
suelo.
Taro subió la cuesta en la que estaba construido el cementerio
con gran velocidad. A pesar de que el lugar estaba abarrotado de personas,
tumbas, faroles y ofrendas, sorteaba todo con suma facilidad, sobre todo para
lo delgado que era y el peso tan grande que cargaba en la mochila, la cual no
dejaba de emitir ruido por las múltiples cosas que dentro guardaba, como si
fuera un enorme sonajero de madera.
- ¡Hiiiiroto! – Gritó cuando estaba llegando al lugar en el
que su maestro oraba por el alma descarriada de una joven que perdió la vida a
temprana edad. – Aquel viejo me ha pedido que lo acompañe a su casa para
completar cierta parte del trabajo. – Señalaba el palanquín que subía la verde
cuesta del cementerio.
- No te irás a ningún lado jovencito. – Le respondió
severamente. – Tu padre en persona me ha encargado que te supervise en tus
labores y no pienso dejarte ir a jugar, deberías centrarte más en tus labores,
eres un sacerdote onmyoji.
- Peroooo – Fingió mostrar un interés infantil, como si de
un niño que llora para que su padre le dé permiso se tratara. – Ese señor es
nuestro empleador y me ha pedido que lo acompañe… ¿Cómo vamos a negarle nada a
nuestro patrón?
- No trates de engañarme, sé que eso a ti te interesa poco.
– Hiroto miró de reojo a Taro con desdén antes de volver a recitarle las
oraciones a la chica fantasma. – Además
nos ha pagado por calmar a los espíritus del cementerio no por visitarlo a su
casa. Nadie va a decirme como hacer mi trabajo. Taro-Kun… hay una cosa
importante que tienes que aprender en este trabajo y es que… ¡¿Qué?! – Se llevó
una gran sorpresa al comprobar que Taro ya no estaba detrás suya, había
desaparecido de nuevo sin despedirse y sin hacer ruido.
Lo buscó rápidamente con la mirada por cada camino del
cementerio hasta que por fin lo encontró arriba del todo, corriendo hacia la
entrada donde se encontraba el palanquín. Se despedía con la mano mientras lo
miraba con una sonrisa picaresca.
- ¡OIII Hiiirotooo! Volveré pronto, no te preocupes. – Le
gritó Taro desde lejos, importándole poco las advertencias y prohibiciones que
le habían puesto antes.
El pobre hombre no pudo hacer otra cosa que aceptar de mala
gana la situación; se echó la mano a la frente mientras negaba con la cabeza.
- Esto… ¿Bozu-Sama? ¿Se encuentra usted bien? – Le preguntó
el fantasma de la chica joven muy preocupada por él, casi tratando de
consolarlo tímidamente con sus manos, hasta que el monje se irguió
reflexionando sobre algo.
- Ummm… ¿Desde cuándo se ha vuelto así de ágil? – Pensó para
sí mientras observaba sus movimientos. – La última vez que lo vi era un niño
escuálido que apenas salía a jugar y ahora… ¿Esto es gracias a su shikigami? No
puede ser… escuché que no ha conseguido controlarlo aún… ¿Qué habrá pasado? No
puede haberse hecho así de rápido sin haber dominado a su shikigami, porque si
no… cuando lo domine por completo…
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