Tras descubrirse cual es el objetivo del fuerte e impresentable Gorosuke, robar la espada de Kabayomi, este inicia su viaje hacia el templo de "oniyama" donde 12 monjes Onmyoji la custodian.
Esta 2º parte describe las desventuras que le suceden por el camino y le he puesto esfuerzo en tratar de evocar la ambientación, la cual creo que es importante en este tramo la aventura.
Al final la historia no se va a dividir en 3 partes sino 5. Prefiero dividirlo en 5 partes mas cortas, ya que quizás leer tres tochacos se puede hacer mas pesado. Espero que lo disfruteis y me comenteis si os gusta y que parte creeis mejorable.
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2º PARTE - El JIZOU DE PIEDRA
Era una tranquila mañana de verano más en el bosque que
cubría la falda del monte Oniyama, un inmenso bosque compuesto de un sinfín de
altos y frondosos pinos verdes, pero por altos que fuesen los pinos no podían
ocultar el inmenso pico de este monte, pelado y rocoso, pues la vegetación no
alcanza a sobrevivir en tan alta cumbre, otrora blanca y cubierta de nieve. Era
una mañana calurosa y las cigarras chirriaban con fuerza inundando con su cante
hasta el último rincón del bosque, no dándole tregua al silencio ni a los oídos
de los habitantes del bosque. El intermitente graznar de los cuervos no las
hacia callar, ni el sonoro bramar de los ciervos buscando pareja las
amedrentaba por un segundo, siquiera el crujido de las ramas contoneándose con
la ligera brisa podía eclipsar el incesante y ensordecedor chirriar de estos
insectos.
Era verano y el sol caía con fuerza pero no podía evitar
quedarse atrapado en las copas de los arboles; apenas unos rayos traspasaban la
densa muralla verde, y estos eran visibles gracias al polvo en suspensión, como
si de enormes dedos blancos que quisieran acariciar el suelo se trataran. La
juguetona sombra de los ondeantes pinos apenas alcanzaba a refrescar el camino de
tierra que atravesaba el denso bosque, un camino usualmente transitado por
comerciantes y viajeros; pero no a esas horas, no a medio día cuando el sol
estaba en su punto más alto y ni los enormes pinos podían refugiarte de su
implacable calor. Era una tranquila mañana de verano más en un solitario bosque,
hasta que alguien con su voz rompió la ruidosa calma y provocó que los pájaros
más desconfiados levantaran el vuelo con estridentes graznos y sonoros aleteos.
Por un solo instante, las cigarras callaron.
- ¡¿Pero que se supone que haces?! ¡GAMBERRO!
- CALLA ANCIANO O TE DARÉ UNA PALIZA
El anciano mercader no cabía en su asombro, así que se bajó
del mulo que tiraba el pequeño carro cargado de verduras y corrió hacia el
Jizou de roca en el que Gorosuke había orinado. (Pequeña estatua de piedra
tallada en roca que representa a un monje calvo, generalmente orando, con un
baculo o con una gran perla. Estas estatuillas están por todos los caminos y
aunque originalmente era una deidad encargada de guiar a las almas buenas fuera
del infierno, se han convertido en la deidad guardiana de los viajeros y los
niños)
- ¿Pero cómo te atreves? – Dijo mirando de cerca la mancha
de humedad que se había marcado en la figura. Era un hombre bajito pero aun así
tenía que agacharse para estar a la altura del pequeño Jizou - ¿Es que no
tienes árboles en el campo para hacerlo? ¿Tenías que mear precisamente en EL? –
El anciano comerciante estaba muy enfadado y gesticulaba fuertemente con las
manos; no parecía mostrarle miedo a Gorouke.
- Meo donde me da la gana viejo de mierda – Le contestó
mientras se ataba el hakama (Pantalones del kimono).
El anciano volvió al carro y levantó la tela blanca que cubría
la mercancía para que no se estropee con el sol y el polvo del camino. El
descarado ronin aprovechó para darle una mirada furtiva al interior del
carruaje, sin demasiado disimulo y sin ninguna buena intención. El mercader
rebuscó entre sus pertenencias hasta dar con lo que quería; un paño y una
vasija de agua. Con esto en la mano caminó de vuelta al Jizou, se arrodilló
ante él y comenzó a limpiarlo mientras se disculpaba ante la deidad.
- Debería darte vergüenza, deshonrar así a un dios… - De
espaldas al pequeño hombre se le hacía más evidente su calva, solo poblada por
pequeños manojos de pelos en sus laterales y alguna verruga en lo más alto -
¿Sabes que es el dios de los viajeros? Si le honras te proporcionara un viaje tranquilo
y placido. Pero si le molestas… no sé qué sucederá si lo molestas… - El anciano
giró el cuello para mirar con malos ojos al blasfemo mientras seguía frotando
con el paño la piedra de la estatuilla - ...nadie es tan estúpido para molestar
a una deidad de esta manera.
Gorosuke fingió reflexionar sobre las palabras del anciano.
Caminaba lentamente hacia la dirección de procedencia del mercader de verduras
mientras se rascaba la barba con gesto pensativo, hasta que finalmente llegó a
la altura del carruaje y apoyó su brazo derecho en lo alto, dejando caer su
peso en este. Sacó la calabaza donde guardaba el agua y aprovechó para darle un
trago, ya que caminar con armadura bajo este infernal sol no le estaba trayendo
más que problemas y necesitaba refrescarse.
- Oi viejo, ¿no eres muy mayor para andar creyendo esas historias?
¿Qué edad tienes? ¿100 años? – Gorosuke se burló del atareado anciano y rió con
fuerza solo para que lo escuchara.
- No deberías reírte de los dioses joven samurái… - Se tomó
un descanso en su labor para secarse el sudor de la frente y darle una merecida
reprimenda - ellos están en todas partes, pueden oír y ver lo que haces; juzgan
cada acción, cada palabra, cada pensamiento; y si te llenas de karma negativo
de esa manera… como te topes con un dios maligno… bueno, ni esa espada tuya
podrá salvarte.
- No me hagas reír viejo chiflado ¿están en todas partes
dices? ¿Y donde están ahora? Yo no veo a ninguno – Gorosuke aprovechó que la
manga de su brazo derecho creaba una pequeña pantalla entre carro y el (Debido
a que lo tenía extendido por estar apoyado en el carro) para con su brazo
izquierdo, disimuladamente comenzar a hurtar los más frescos vegetales sin que
el anciano pueda ver nada.
- ¿Tu que vas a ver a los dioses? – El anciano parecía
molesto ya que enfurruñaba su arrugada cara y frotaba con más fuerza la pequeña
estatua esculpida en la piedra – Solo las personas devotas y los que han nacido
con un don pueden verlos.
- Que conveniente para los cuentacuentos ¿no crees? – El
tono burlón de Gorosuke no buscaba más que provocar al comerciante.
- Cree lo que quieras… me da igual – El pobre hombre ignoró
al maleducado Gorosuke y se centró en limpiar la orina de la estatua.
Cuando estuvo satisfecho con la cantidad de verdura afanada,
Gorosuke la ocultó bajo la armadura y se la colocó bien para disimular. Reanudó
su caminata, pero se acordó que hay una pregunta que quizás el recién conocido
viajero podría responder.
- Oi viejo – no se quiso girar para que el anciano no se
percatara del bulto que ocultaba bajo la armadura – Cuando venias hacia aquí… ¿Pasaste
por la entrada al tempo de la montaña?
- ¿Para qué quieres saberlo? ¿Vas a ir a mearte en sus
muros? – le replicó molesto.
- Deja de joder o le parto las ruedas a tu carreta de mierda
y te quedas sin vender nada. – Le amenazó mientras daba golpecitos con sus pies
en las ruedas de madera - ¿A qué distancia estaba?
- Llegaras a ella mucho antes de que empiece a atardecer. –
Esta vez sí le respondió con algo de miedo, no le agradaba la idea de quedarse
tirado en mitad del camino con tanta verdura sacada de la tierra con tantísimo
esfuerzo.
Gorosuke retomó el camino y levanto un brazo para hacerle
una señal de despedida al anciano vendedor de verduras. Al menos le había
servido para romper con la monotonía del camino, ya que estos calurosos días,
hasta avanzada la tarde cuando el sol comienza a retirarse y la sombra gana
terreno al camino, es raro cruzarte con alguien con quien cruzar palabra en ese
sendero.
- Bien, voy bien – se dijo a sí mismo - El viejo Kojita me
dijo hace dos días que el templo estaría a menos de tres días de camino, y este
estúpido viejo me ha dicho que llegaré antes de que atardezca, así que voy con
tiempo de sobra.
Una piedra en el camino hizo tropezar al ronin y lo sacó de
sus positivos pensamientos. No llegó a caer pero el pequeño susto lo molestó.
Un asustado faisán cruzó el sendero en busca de un lugar más alejado del
humano, el cual confundió su canto con una humillante mofa.
- Será posible… - Gorosuke se agacho al suelo, agarro la
piedra y se la acercó a la cara mirándola con desprecio, como si tratara de
intimidarla. Le dio un vistazo a los alrededores y confirmó lo que se temía –
Una única puta piedra en el camino y tengo que tropezarme con ella… - la lanzó
dentro del bosque con rabia sin olvidarse de maldecirla con palabras malsonantes.
- Bien, bueno… - se abrió un poco la armadura para comprobar
que la mercancía robada no se había aplastado – Con esto tengo de sobra para
llegar al templo y volver de nuevo al pueblo – El gigante volvió a tropezar,
pero esta vez se le cayeron algunas piezas de verdura y la calabaza de agua con
la que se ayudaba a soportar el tremendo calor que hacía; con suma rapidez
estalló en cólera. Agarró la piedra y apretándola como si tratara de hacerle
daño, la zarandeó mientras la insultaba, hasta que finalmente la acabó
arrojando hacia los matorrales con toda la fuerza que pudo.
- ¡No había ninguna puta piedra! ¿Me estoy volviendo ciego o
que me pasa? Chikusoooo (Como decir, “mierda” o joder” en español)
Recogió las verduras que no se rompieron al caer, las sopló
y sacudió el polvo del suelo, pero lo que peor le sentó al enojado Gorosuke fue
el haber perdido la mayor parte del agua con la que contaba para el camino.
Esta vez no cometió el mismo error de antes y prestó más
atención al camino, el cual, a cada tramo se volvía más pedregoso, como si de
un cambio brusco de región se tratara, hasta el nivel de que casi no podía
caminar sin pisar piedras; cosa que los pies y tobillos del enorme viajero no
agradecían en absoluto. Las sandalias de esparto se desquebrajaban, pequeños
guijarros saltaban al interior del calzado, y las piedras más grandes sino se
clavaban en el pie producían que los tobillos se doblaran de manera poco
recomendable.
- Putas piedraaaas – No dejó de quejarse del estado del
camino hasta que encontró otra cosa más molesta de la que quejarse - ¡Callad de
una puta vez estúpidas cigarras! – El molesto Gorosuke comenzó a arrojar
piedras a los árboles para tratar de molestarlas y hacerlas callar, ya que el
chirriar de estas se había vuelto mucho más intenso, muchísimo más intenso de
lo que sus oídos podían soportar.
- ¡Urusai! ¡Urusai, urusai, urusaiii! (cállate) – Fuera de
sí, salió fuera del camino establecido y pateó un pino con toda su fuerza, sin
ningún tipo de silenciosa recompensa a cambio - ¿Y cómo ha pasado ese viejo con
el carruaje por este camino de mieeerda? – Remarcó bien la palabra mierda –
¿Esas ruedas de madera no deberían de haberse partido o atorado? ¿Qué cojones
pasa aquí? Es imposible.
Gorosuke se sentó sobre una pequeña roca en la linde del
camino para relajar un poco los nervios. Secó el sudor cuanto pudo, abrió la
armadura un poco para que entrara el aire en zonas donde hacia horas por las
que no transpiraba, dio un ligero sorbo al poca agua que le quedaba. Se taponó
los oídos con sus gruesos dedos pero no logró aislarse del ruido de las
cigarras; cerró un momento los ojos para tratar de calmarse, contó hasta 10,
aspiró, expiró, se sacó los dedos de los odios y al darse cuenta de que las
cigarras sonaban incluso más fuertes de lo que recordaba volvió a gritar
maldiciones contra el camino. Es un hombre poco paciente pero lleno de
recursos, ya que ha dormido la mayoría de las noches de su vida en plena
naturaleza, y sabía que si no quería enloquecer debía hacer algo con esos molestos
insectos. De una brizna de hierba se improvisó unos tapones de oído y se los
puso para aliviar un poco el ruidoso caos provocado por las cigarras.
Miró con recelo el pico del monte oniyama, el cual asomaba
por la copa de los danzantes pinos. Llegó a sopesar la idea de atravesar el
bosque hasta llegar a la cima y desde allí bajar a donde quiera que esté el
templo; cruzar la montaña en lugar de rodearla sonaba más rápido sin lugar a
dudas, pero pensándolo mejor y viendo el denso follaje del bosque… entre altos
arbustos, espinosas zarzas y pegajosas semillas deseosas de adherirse a
cualquier tejido… quizás el pedregoso camino no estaba tan mal.
Más positivo y confiado está vez, retomó la marcha. La idea
de quitarse la armadura por un rato le sedujo, pero la descartó rápidamente ya
que él sabía, por experiencias pasadas, que podría encontrarse con un enemigo a
la vuelta de la esquina y este no le daría la oportunidad de colocársela de
nuevo. Trató de caminar por un lateral, para arrimarse más a la sombra de la
linde, pero esta parecía esquivarle e inclinarse hacia las afueras, donde los
densos arbustos harían imposible caminar. Ya habían transcurrido muchas horas
desde que se encontró con el anciano comerciante, pero tenía la sensación de
haber avanzado poco, ya sea por la dificultad e incomodidad de caminar por el
pedregoso camino o ya sea por el intenso calor que debilitaba la mente y cuerpo
del pesado guerrero. Incluso habiendo transcurrido horas ya desde el mediodía,
los árboles se negaban a compartir su sombra, a pesar de que el sol se estaba
preparando ya para ocultarse en el horizonte.
Con la mirada cansada, los ojos entrecerrados, la cara
empapada en sudor, usando su katana a modo de bastón y con una armadura tan
caliente que provocaba que el aire refractase ondeante la luz, Gorosuke llegó a
un punto en su travesía en la que las piedras dejaron de abarcar todo el
camino. Al ver próximo este descanso para sus pies tomo aire aliviado tan
profundamente que levantó la mirada al cielo para hinchar aún más sus pulmones.
Su júbilo no dejó de crecer al ver que rápidamente el camino se inundaba de
sombras, como si estas súbitamente hubiesen recordado su labor de refrescar el viaje
y como las cigarras tomaron un descanso en su cantar, hasta volver a los
límites de la normalidad. Si no estuviese seco y casi deshidratado, Gorosuke
hubiese llorado de felicidad.
No tardó en encontrarse con el primero grupo de viajeros.
Tres hombres a caballo, uno de ellos acompañado presumiblemente por su esposa;
trotaban en dirección contraria a la de Gorosuke, el cual nada más verlos
caminó rápidamente en su dirección. Estos pararon, algo asustados, ya que si el
aspecto normal del ronin era intimidante, verlo con tan mala cara y con su
katana fuera del cinto era más que pavoroso.
- Amigo – Dijo con una voz áspera, digna de una persona en
la que por su garganta no ha transitado más que seco polvo en horas; o quizás
una voz áspera digna de un malvado Oni de los que tanto se dice que habitan en
la montaña. - ¿Tienes agua?
- Sí, claro – Dijo el hombre de mediana edad que encabezaba
el grupo.
Se bajó de su caballo y le ofreció una calabaza.
- Samurai-san ¿puedo preguntarle que le ha pasado? –
Gorosuke no era un hombre acostumbrado a bañarse o cuidar su estética
mínimamente. Presumía de solo bañarse únicamente cuando el reglamento de un
burdel lo exigía para entrar; pero su aspecto actual distaba mucho incluso de
su desgreñado aspecto habitual, lo que lógicamente preocupó al viajero, sobre
todo al creerlo Samurai, los cuales generalmente solían cuidar su imagen.
El agotado Gorosuke bebía de la calabaza llenándose los
carrillos y emitiendo más ruido del que produciría una manada de sedientos caballos
que acaban de llegar al abrevadero. Con una mano sostenía la calabaza y con la
otra la mantenía estirada para mantener las distancias con su benefactor, por
si se le ocurría retirarle el agua creyendo que ya había bebido demasiado. Tras
sentirse satisfecho derramó el agua restante sobre su cabeza y los chorros de
aguas dejaron surcos en su piel de tan sucio que estaba.
¡Oi! – Lógicamente el viajero se molestó al verlo derramar
el agua que le había ofrecido y trató de agarrar la calabaza que le había
prestado, pero como había previsto el astuto ronin, se encontró con su largo y
fuerte brazo bloqueándole el camino. Su otro amigo montado a caballo, le hizo
un gesto de que no se preocupara, ya que se podría complicar la vida si se mete
con alguien así.
Gorosuke le devolvió la calabaza y sin agradecerle o
responderle la pregunta les habló de otro tema mientras se secaba la barba con
la manga.
- ¿Viniendo hacia aquí os habéis encontrado con un templo? –
Le devolvió la calabaza vacía.
- Si… por ese camino del que venimos está la entrada para
subir al templo “Oniyama”... no tardarás en encontrártela. – El hombre montó de
nuevo en su caballo mientras se preguntaba que asuntos llevarían a una persona
tan desagradable a querer visitar un templo.
Tras despedirse suavemente, ambos retomaron sus respectivos
caminos, pero a Gorosuke se le ocurrió que quizás debería aconsejar a ese
viajero que de tanta ayuda le había servido.
- ¡Oi amigo! – Le grito desde la distancia – Escúchame,
vengo por ese camino y te digo que no es buena idea ir con caballos por ahí.
Está lleno de piedras de mierda y los caballos se van a torcer las patas.
- ¿Qué? ¿Piedras? – Parecía sorprendido mientras miraba a
sus amigos– Samurai-San me recorro este camino semanalmente y puedo asegurarle
que hay pocas o ninguna. Creeme, lo conozco bien.
- ¡¿Qué no hay… - El mal pronto no dejó terminar la frase a
Gorosuke y rápidamente corrió hacia el mientras desenvainaba la espada con
intenciones claramente hostiles. El grupo se asustó y ordenaron a los caballos
acelerar la marcha, dejando al furioso samurái muy atrás.
- Será hijo de puta desagradecido… ¿Qué no hay piedras dice?
– Gorosuke había tenido uno de los viajes más duros de su vida, y estaba
demasiado sensible con el tema, como para que un desconocido viniera a decirle
a la cara que ese camino no era tan duro como el cree.
Al menos lo que dijo no era mentira y antes de que esos
pensamientos salieran de su mente, se encontró con que en el borde del camino
había un gran Torii (Una puerta sagrada que indica la entrada a un reino
sagrado, ósea ser, un templo. Un torii son dos columnas de madera sobre la que
están conectadas dos travesaños que hacen la vez de marco superior, o
tejadillo. Son de color rojo con ciertos adornos negros).
Al acercarse más pudo ver en un pequeño pilar de piedra
adyacente, un grabado que indicaba que, tal y como suponía, era la entrada al
templo “Oniyama”. Tras el Torii se alzaba otro sendero que ascendía el monte
hasta, presumiblemente, la entrada del templo. En un lateral de la entrada
había otra estatua Jizou, pero esta vez un poco distinta a la que se cruzó hace
unas horas, en un lugar de un pequeño monje, eran tres, todos tallados desde la
misma roca y con más detalle que el primero que vio en este camino. Bajo el
Jizou había un pequeño altar donde los viajeros le mostraban sus respetos
dejándoles ofrendas tales como flores, frutas y, como era el caso de este,
Sake.
Gorosuke no pudo creer la suerte que tenía al encontrarse
una copa de sake tras tan duro camino. La agarró y dio un suave golpecito con
esta en la frente de la estatua, brindando en su honor. Cuando se llevó la copa
a los labios recordó lo que el viejo mercader le había advertido. “Si molestas
al jizou no podría saber que te sucederá”. Retiró molesto la copa sin darle un
sorbo.
- Puto viejo… ¿Qué sabrás tú? Mi viaje ha sido una mierda
por que el camino es una mierda, no hay nada que pudiera hacer. – Mientras se
decía esto así mismo en voz alta para convencerse, se acordó de que el viejo
mercader atravesó ese camino pedregoso con un carruaje, que claramente no
estaba adaptado para ese tipo de camino. O incluso se acordó de las palabras
del otro viajero que decía conocer bien el camino y aseguraba que no había
piedras.
Dejó la copa en el altar y le acercó la cara tratando de
poner una mueca intimidante mientras trataba de clavarle el dedo índice en la
mejilla para incomodarlo más.
- Mendokusai… (Que molesto) No me creo una mierda ¿me
oyes?-Korá (Se usa para enfatizar. Queda muy vulgar decirlo) – realmente
Gorosuke hacia eso para demostrarse a sí mismo que no creía en esos mitos.
- ¡Papa! ¿Qué está haciendo ese señor? – Se escuchó de muy
cerca la voz de un niño.
Un hombre joven, de no mucha más edad que Gorosuke, cruzaba
el torii junto con su hijo pequeño y su hija pre-adolescente, la cual lo miraba
con desagrado. No era difícil suponer que venían del templo. Al darse cuenta de
su vergonzosa posición, amenazando a una estatua de piedra, trató de disimular
su acción y simuló estar rezándole a la deidad, aunque por su postura se veía
más que evidente que el jamás había rezado y solo imitaba algunos gestos que
había visto, sobre todo a personas a sus enemigos derrotados justo antes de
darles el golpe de gracia. Para Gorosuke rezar era algo humillante, pero más
humillante le parecía el que lo mirase así una chica; que se va a hacer, sin
duda alguna las mujeres eran la debilidad de Gorosuke, aunque posiblemente ella
aún ni siquiera sea una mujer.
- No molestes al señor, Minoru-chan – le dijo a su hijo
pequeño mientras le agarraba la mano (Recuerdo que –chan puede usarse para
referirse a mujeres jóvenes y a niños) – Posiblemente sea un vagabundo viajero
que está rezando para tener un camino tranquilo. Vámonos que se nos va a hacer
de noche.
El hombre siguió su paseo con su hijo agarrado de la mano,
pero la pequeña chica, ataviada con un poco elegante kimono de campesina se le
quedó mirando con cara de desprecio unos segundos más. Gorosuke nerviosamente fingía
rezar pero no dejaba de mirar de reojo a la chica, la cual se negaba a darse la
vuelta y tomar el camino con su padre.
- Kuso Gakki… ¡kiero! (Maldita mocosa, vete ya) - Pensó para
sí – Esto es humillante maldita sea.
- Kimochi warui… (Repugnante…) – Diciendo esto con un tono
de voz frio y hostil, se giró para por fin, ponerse a la altura de su padre.
Estas palabras se clavaron en el corazón de Gorosuke como una ardiente flecha; sintió
vergüenza por haber sido menospreciado por una niña y también asco propio por
no ser capaz de darle una lección a esa maldita mocosa y preferir mantener esa
falsa oración, fingiendo no haber escuchado nada.
Cuando esta familia se había perdido de vista por el camino,
Gorosuke se puso de pie mascullando entre dientes maldiciones a la niña.
- Maldita niña maleducada… ¿Quién te crees que soy? ¡EH! Si
tuvieses unos años más te habría puesto en tu lugar, mocosa.
Al otro lado del torii se encontraba un enorme pilón de
agua, fabricado por manos humanas, de barro y madera, con los kanjis de
“purificación” grabados en él. Unos pequeños cazos con unos larguísimos mangos
descansaban en sus bordes. Gorosuke bendijo la buena idea de los monjes de
ofrecer una fuente de agua para los viajeros y no perdió la oportunidad de
sumergir en ella su calabaza para llenarla. Lo que él no sabía es que esa
fuente realmente es una fuente de purificación, y que su fin no es beber de
ella sino usarla para lavarse las manos y limpiar así cualquier rastro de
suciedad, ya que entrar sucio en un reino sagrado como lo era un templo, se
consideraba una falta de respeto hacia los “Kami” (Espíritus o dioses) que lo
habitaran.
Al fin, bajo el torii miró el camino de ascenso hasta el
templo improvisándose una visera con la mano para tapar los molestos y
anaranjados de rayos de sol del atardecer. Posiblemente el camino sea cansado
al ser una larga subida, pero no le tomará mucho y estimaba llegar arriba del
todo con los últimos estertores de luz. Dio dos palmadas cariñosas a la columna
del torii, como quien de las da al trasero de un caballo, y emprendió la marcha
a la cima de la montaña.
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